JUAN JOSÉ FERRO DE HAZ
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Artículos

 

RESEÑAS DE LIBROS


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12/2000

DICCIONARIO CUBANO DE HABLA POPULAR Y VULGAR. LA SEXUALIDAD EN EL HABLA CUBANA.


Carlos Paz Pérez, Madrid, Agualarga , 1998.


Cuando me pidieron que me leyera los dos libros arriba señalados para hacer la reseña de ambos, el argumento para convencerme no pudo ser menos convincente: quién tenía encomendada esta tarea, se había arrepentido de realizarla y confesaba sus prejuicios para enfrentarse a estos temas... Aunque no me comprometí a nada, salí con los libros debajo del brazo y con no menos escrúpulos para reseñarlos (en caso de que los leyera), que quién los había rechazado: ¿Acaso no serían un muestrario de palabrejas obscenas e indescifrables (que me evocarían irremisiblemente otro muestrario de tipos repulsivos), tratadas eufemísticamente como parte del “ingenio popular del habla cubana”? ¿Tendría “estómago” para llegar hasta el final? ¿Sería capaz de reseñarlos? Así, con estas y otras reticencias comencé la lectura de las primeras páginas... Al final, como tantas veces me sucede, la curiosidad fue mas fuerte.

Después de haberlos concluido, lo he agradecido y he podido, quizás por la distancia que ofrece la lectura (son las bondades de la palabra escrita), prestar mas atención y disfrutar de muchas palabras y locuciones que antes me pasaron desapercibidas. Tal vez la explicación la ofrece el propio autor en el prólogo de uno de sus libros cuando cita a Camilo J. Cela: “Suponer que no hay mas voces válidas que las del diccionario, es despropósito paralelo al de creer que no hay mas hijos con el corazón latiendo que los legítimos. La lexicografía –o arte de componer diccionarios- es la demografía –o arte de componer censos- de las palabras, y nada ha de importarle, a sus efectos, la conducta de las mismas palabras que registra”. Y más adelante, concluye el autor, Carlos Paz: “Las palabras, consideradas ‘en sí mismas’, no son ni buenas ni malas, ni indecentes ni delicadas. Las expresiones malsonantes lo son por la forma de designar los conceptos y, mas que nada, por el dictamen desfavorable que sobre ellas hace la propia comunidad hablante”.

Para intentar reseñar las dos obras del mismo autor, comienzo por el Diccionario cubano del habla popular y vulgar, que es el mas general de los dos libros y en cierto sentido abarca al segundo (que es muy específico y admitía haber sido tratado como un tema mas, en el diccionario temático que apoya la estructura del primero):

De éste, lo primero que hay que aclarar, es que no se trata de un diccionario al uso, compuesto solamente de palabras, sino que también incluye locuciones y frases del argot cubano, donde las palabras pierden totalmente su independencia y adquieren su sentido solamente a través de esa combinación (en inglés se conocen como idioms: frase hecha). Por otra parte, desde las primeras páginas del libro, el autor nos ofrece una extensa y valiosa explicación sobre algunas de las características fundamentales del idioma español en Cuba y las influencias que ha recibido y perduran en nuestros días: voces del caló y la germanía (buti, curralar, jamar, jiñar, gao), anglicismos antiguos y recientes (chance, bisne, brei, bróder, fei, moni, hacer chenche), galicismos (creyón, vedet, garage, premier, bidel, restaurant), de las inmigraciones asiáticas del siglo pasado -que fue el grupo más numeroso- quedaron los términos de la charada (monja, pescado, piedra fina, caballo) y vocablos de procedencia africana, entre cuyos dialectos y lenguas resaltan la jerga de los abakuás o ñáñigos, y que hoy es inevitable asociar a lo mas marginal y vulgar del habla en Cuba (asere, monina, ecobio, cúmbila, ocambo).

Asimismo, una de las polémicas mas inveteradas en torno al lenguaje en Cuba, es la distinción entre lo ‘popular’ y lo ‘vulgar’. Para discernir sobre esta controversia, el autor cita al poeta cubano José Zacarías Tallet: “...lo popular es la palabra que surge del pueblo y que, al principio, no tiene un significado claro para todos, pero responde a una intención o a una emoción. De ello nacerá el vocablo que habrá de quedar. Lo vulgar es la frase chocarrera, que hiere al oído; muchas de las cuales provienen del diccionario chuchero...”A raíz de esta polémica, es preciso señalar que Carlos Paz se propone como objetivo principal del Diccionario aproximarse a la línea divisoria entre lo popular y lo vulgar en el habla del cubano, aunque reconoce que esta frontera es bastante resbaladiza y siempre difícil de delimitar. Para ello, tampoco elude tratar la “parte menos bella del idioma”, o sea, los vulgarismos y el lenguaje gremial de los delincuentes u otros grupos marginales que se mezclan indefectiblemente en el lenguaje popular.

De esta forma, el libro recoge mas de 2000 palabras y locuciones del español que se habla en Cuba (incluyendo las variaciones en cada provincia y los lenguajes especiales de algunos gremios) que son clasificadas de acuerdo al criterio del autor en: populares (las mas socializadas), vulgar generalizado (las que tienen cierto tinte de vulgaridad) y marginal (las menos socializadas, que comprende el habla de marginales y delincuentes). Por estar basada la clasificación en un criterio personal del autor (no existe otra forma de hacerlo), es siempre difícil coincidir con él en todo. Así por ejemplo hay términos que están catalogados como vulgares, como es el caso de: comer carne de gallo, estar en las cosas, cañonero o morder, que a mi juicio no lo son, o no tienen sólo esta connotación; en cambio, hay otras palabras que él juzga como populares, y yo las asocio inevitablemente a vulgarismos o palabras malsonantes (sin que se justifiquen por el bajo nivel cultural del que las pronuncia). En este mismo sentido, también creo que hay términos de uso común, y que en el diccionario están reducidos en su significado a un solo ámbito o acepción, es el caso de: mi gente, pasmar o hacer un tiempo, ejemplos que el autor refiere al campo de la homosexualidad o la connotación sexual exclusivamente. De todas formas pienso que muchas de estas diferencias de criterio con Carlos Paz siempre serán inevitables en cualquiera que lea el diccionario y tiene mucho que ver con las experiencias vitales de cada cuál, el entorno en que ha crecido, la sensibilidad o la percepción que se tenga del lenguaje.

Sin embargo, una observación más general que merece este diccionario, es la estructura que el autor ha escogido para ordenar las palabras al fragmentar éstas de acuerdo a veintidos campos semánticos que abarca la obra. Y si hay términos específicos que puedan justificar englobarse en un ámbito determinado, como sucede con los campos semánticos: Rituales afrocubanos, Sociopolítico (la jerga oficial), Prisión (carcelario) o Sexualidad y homosexualidad (al que le dedica el otro libro: La sexualidad en el habla cubana), el resto de los campos semánticos –Personas: cualidades, Formas de saludo, Necesidades físicas, Locomoción, Afirmación y negación, Vestuario y accesorios, Escuela, Dinero, Raza, etc- son mas arbitrarios, y al ser muchas las palabras y locuciones polisémicas, se tienen que repetir dos, tres, cuatro y hasta cinco veces cada una en los diferentes campos semánticos a lo largo del libro con un significado distinto. Esto genera confusión (al fragmentar los distintos significados de una palabra o frase), incomodidad (al tener que buscar las otras acepciones en páginas diferentes) y a veces puede resultar extenuante. Por lo demás, creo que hubiera sido mas sencillo y diáfano que cada palabra o locución apareciera según su orden alfabético con sus diferentes significados y le hubiera ahorrado al libro unas cuantas páginas de más.

Algo similar sucede con el libro La sexualidad en el habla cubana, aunque las causas son diferentes a las citadas anteriormente (la estructura de veintidos campos semánticos). En este caso, puede decirse que el libro se divide en tres partes: la primera dedicada a la sexualidad, la segunda a la homosexualidad y bisexualidad, y la tercera (que no aparece como tal en el índice) es un Diccionario de la sexualidad, que recoge todas las palabras y locuciones que abarcan el contenido del libro. A diferencia del libro anterior, las dos primeras partes están expuestas como breves ensayos que disertan sobre cada tema y profundizan en la génesis e investigación de muchas palabras y locuciones, y esto es comprensible: ya sea por abordar un tema que tratamos con pudor (el sexo), ya sea por tratarse de la jerga de un gremio (homosexuales y bisexuales) que no siempre se siente aceptado y comprendido, y donde es frecuente tanto la pluralidad de términos ‘para diferenciarlos’ o ‘para diferenciarse’, o por la creación de nuevos términos que no tengan connotaciones despectivas (cada día gana mas terreno el anglicismo gay en oposición al tradicional maricón para referirse a los homosexuales), en cualquier caso es notoria la abundancia de eufemismos, neologismos, sinónimos o locuciones muy diversas (algunas también muy creativas). Ahora bien, si en las dos primeras partes el autor acierta en el tono ensayístico para explicar el lenguaje de mundos muy poco tratados o simplemente desconocidos (por sólo citar un ejemplo palpable, no es difícil comprobar que para los diccionarios de nuestra lengua de hace sólo veinte años, muchos de las palabras mas comunes relativas al sexo no existían), creo que también se excede en los ejemplos de palabras y locuciones con su significado que pretenden apoyar la explicación y le restan fluidez y concisión a las explicaciones (y corre el peligro de convertirse en ‘otro’ diccionario intercalado dentro de un texto). Ya para ver todas las palabras y frases con su significado está la tercera parte del libro –el Diccionario de la sexualidad-, que es el lugar que le corresponden y complementa el ensayo inicial.

De todas formas, y al margen de estas observaciones (que en ambos libros se pueden resumir en un problema de síntesis), sería muy mezquino por mi parte no reconocer y valorar la empresa que supone reunir en un volumen todos los términos y locuciones que registra el diccionario con todos sus localismos en las distintas provincias de Cuba (muchos desconocidos para mí), así como las jergas empleadas en diferentes estratos de la sociedad cubana. Tampoco es posible ignorar el grado de actualidad que tienen los libros -la recopilación del léxico descrito abarca desde el año 1975 hasta el 1997-, y así vemos términos tan recientes como: camello, guarandinga o guacamión , que son los sobrenombres con que se han bautizado esos engendros rodantes de última generación y aspecto siniestro (algunos pertenecen al suborden de los dromedarios), que han venido a sustituir a los autobuses urbanos o guaguas por las carencias económicas.

Sin embargo, quizás la virtud mayor de estos libros, es que son textos únicos en su género debido a la carencia total de obras lexicográficas en Cuba que aborden el tema de las expresiones lingüísticas malsonantes, vulgares o relativas a la sexualidad, amén de las populares: de hecho aquí me he encontrado con infinidad de palabras y frases escuchadas o empleadas por mí durante toda la vida y que nunca había visto escritas con su significado en un diccionario (y que no aparecen en el Diccionario de la Real Academia Española u otros diccionarios de nuestra lengua). También hay otras muchas reflexiones interesantes vinculadas a los temas que trata y que explican, entre otras cosas, algo que se hace evidente en la consulta de estas páginas: el proceso general de degradación que han sufrido los valores lingüísticos en el habla cubana.


Juan José Ferro de Haz.
Publicado en la Revista hispano cubana, nº 9, 2000.
























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