JUAN JOSÉ FERRO DE HAZ
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Artículos

 

RESEÑAS DE LIBROS


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07/2000

LAS PREGUNTAS DE LA VIDA


Autor: Fernando Savater, Madrid, Ariel, 1999.


Antes que nada, advierto al lector receloso de los títulos de los libros, que aunque el de éste les pueda sonar a oráculo supersticioso de preguntas y respuestas (con mas razón por parecer tan pretencioso y abarcador en su empeño), no tiene nada que ver con el de otros libros frecuentes en nuestros días que tras un atractivo y sugerente título se esconde una retórica hueca y brumosa (los que mas bajo caen se prodigan en obviedades y buenos propósitos y suelen inscribirse en el confuso género de "autoayuda"). Afortunadamente, Las preguntas de la vida se sitúa en el polo opuesto de esa literatura, y desde un enfoque filosófico, humano y contemporáneo aborda temas que han preocupado a los hombres de todos los tiempos y que siempre serán vigentes. Por lo demás, lejos de ofrecer respuestas fomenta la duda, las preguntas y la argumentación ante nuestros supuestos saberes y como nos recuerda desde las primeras páginas, no se puede enseñar filosofía sino sólo a filosofar, es decir, a saber mirar, preguntar y argumentar.

Aclarado el malentendido que pueda suscitar el dichoso título (que bastante desconfianza me inspiró antes de comprar el libro), es preciso decir que Fernando Savater no sólo es un filósofo de reconocido prestigio en la actualidad (y junto a Julián Marías, de los que mas colabora en la prensa española), sino que mas allá de su solvencia cultural e intelectual, es un ameno y excelente comunicador, virtud que se agradece al tratar sobre temas filosóficos, asociados casi siempre a la verbosidad teórica y a una jerga incomprensible (quizás sea un trauma genérico de los que en nuestra (des)formación profesional hemos padecido y sobrevivido -¡que no es poco!- a El Capital y el Anti-Dühring -ya este nombre de por sí produce jaqueca- como manuales que resumen el pensamiento filosófico desde la antigüedad). Otra de las cualidades fundamentales del libro y que sin duda aporta mucha riqueza y lucidez a la exposición y comprensión de los contenidos es la diversidad de autores que se asoman a sus páginas para explicar la evolución del pensamiento en cada temática, ya sean filósofos -desde Platón hasta Popper pasando por Descartes o Nietzche- o escritores tan dispares y distantes en el tiempo como Shakespeare, Schiller o Borges.

Sobre los temas tratados -en diez capítulos que el autor hilvana de forma didáctica-, hay algunos que son recurrentes en los artículos de Sabater (que leo desde hace cinco años): la razón, la convivencia y la dignidad humana, la vida y la muerte, el lenguaje o la libertad. Y los otros, son temas que siempre han preocupado a los filósofos de todas las épocas y a no pocos escritores: el yo, el universo, la naturaleza, la belleza y el tiempo. En cualquier caso, la amplitud y pluralidad de puntos de vista con que es tratado cada tema, se extiende más allá de éste a contenidos y conceptos que son vinculantes al mismo y que convierten cada capítulo en una placentera disertación.

Asimismo, y antes de entrar de lleno en los diversos contenidos, el autor nos advierte en una oportuna introducción que la filosofía no puede ser nunca un catálogo de opiniones prestigiosas, ni la revelación hecha al ignorante por quién lo sabe todo, sino el diálogo entre iguales que se someten a la fuerza de la razón, cualidad que es común a todos los humanos (incluyendo a los que peor la usan). En otras palabras, que en el imperio de la razón no se distinguen las opiniones por las jerarquías de los hombres en la sociedad (ya sean políticos, escritores, filósofos o eruditos), sino por las que gozan de mejores argumentos a su favor para resistir el debate con las objeciones que se le plantean. No creo equivocarme si afirmo que en la inmensa mayoría de las opiniones que escuchamos prevalecen mas los resentimientos, las simpatías, la presunción, la ignorancia, la pose o los intereses (que en el plano personal incluye el halago y la complacencia) que la siempre inasible veracidad y objetividad. Por lo demás, la razón no tiene nada que ver con el ingenio, ni con la solemnidad, ni con la vehemencia, ni con la ecuanimidad, ni con las metáforas floridas que decoran las opiniones de los escritores; y si no hay que renunciar a ninguna de estas cualidades para expresarse, ninguna por sí sola avala la coherencia y el razonamiento.

Respecto a este tema, uno de los equívocos mas comunes que existen en las democracias es pensar que el derecho a opinar de todos (¡y es tan afortunado como benéfico que así sea!) equivale a que todas las opiniones tengan la misma validez. Y no hay nada que sea mas contrario a la propia razón: precisamente en una sociedad democrática donde todos pueden opinar, la única forma de potenciar y jerarquizar las ideas mas valiosas es desechando las opiniones erróneas, sectarias o dañinas. Y esta es a su vez la mejor forma de buscar la verdad y el bienestar de toda la sociedad. También conviene desmentir una argucia muy explotada y es el hecho de presentar como argumento de alguna causa u opinión, que ésta goce del consenso de las mayorías. La razón democrática es válida (y debe ser respetada) en las elecciones o plebiscitos, pero nunca justifican otras decisiones. En términos generales, y respecto a las opiniones e ideas, es recomendable aprender a desbrozarla de toda la jerga que las envuelve y desconfiar de cualquier supuesto pensamiento que sólo pueda "decirse" de una manera determinada (como una fórmula verbal) y no admita plantearse desde otros puntos de vista, aunque sólo sea como intento de demostrar la honradez de tales ideas.

Si alguien me preguntara con cual de los capítulos de Las preguntas de la vida disfruté mas, realmente no sabría que contestarle ya que a mi juicio todos alcanzan una plenitud e intensidad que hacen difícil encontrar zonas ociosas o inertes donde decaiga el interés (ahora que lo pienso, quizás puedan sobrarle los cuestionarios de preguntas con que finaliza cada capítulo). En cualquier caso, al que le guste la filosofía le será difícil resistirse a leerlo de un tirón (y quizás releerlo después). También, y como todo buen libro de reflexión que se precie, nos remite a otros libros y otros autores que no son necesariamente filósofos. De todas formas, me es imposible dejar de reconocer (y comentar) los dos capítulos del libro que son mis favoritos: uno es el de la libertad y el otro el de la belleza.

En el de la libertad, que siempre resulta un tema apasionante, comienza por diferenciar el acto voluntario de las demás cosas que nos pasan y expone el concepto de libertad en los tres usos que suele recibir: desde el mas corriente y de uso común (la disponibilidad para actuar de acuerdo a nuestro deseo y con posibilidad de alcanzarlo), hasta otros dos usos no menos importantes aunque a menudo seamos inconscientes de ellos. También analiza las diferencias y la evolución en el concepto de libertad desde la perspectiva de Schopenhauer (que la limita al determinismo de nuestro carácter) y la de Sartre (que es radical y se conoce como "existencialismo"). Finalmente nos recuerda que las acciones deben ser libres para que alguien responda de cada una de ellas y que la inocencia y el desconocimiento no eximen de culpa, salvo a los menores. En otras palabras, la responsabilidad es el reverso de la libertad, o para decirlo mejor: si estamos condenados a ser responsables de nuestros actos, es porque estamos condenados a la libertad de elegir..., ¡aunque a muchos les asuste asumirla!

El de la belleza y los valores estéticos es quizás uno de los temas mas polémicos entre los filósofos e intelectuales de todos los tiempos. Y es que desde Platón, hay una clara contraposición entre el arte y el verdadero conocimiento, es decir la filosofía: si la belleza a la que aspira el filósofo es la que produce la comprensión de la realidad (siempre compleja), éste desconfía de la capacidad hechicera de los artistas que suelen aceptar acríticamente las apariencias en lugar de cuestionarlas, o que ejercen su capacidad de seducción al describir y halagar los sentimientos, pasiones y comportamientos de nuestros semejantes... No cabe duda de que la ética lleva las de perder en materia de diversión frente a la estética: fantasear sobre las cosas inverosímiles o excitar nuestras emociones y deseos es mucho mas "entretenido" que estudiar la esencia inmutable de lo real, sobria y rigurosa. Así, mientras la ética es estéticamente "aburrida", la estética -que pretende ante todo novedad y lo insólito- es moralmente sospechosa. La belleza a la que Platón y sus seguidores se opone es a la que se expresa en el arte demasiado individualista y personal de los grandes creadores, pero no tiene objeciones contra las manifestaciones donde prima el arte colectivo: ya sean las artesanías populares o la música tonificante que despierta sanas pasiones patrióticas o religiosas... ¿Acaso no recuerda esto a las doctrinas totalitarias u otras doctrinas políticas enemigas de la libertad personal?

Como bien señala Savater, los artistas también exploran a su modo nuevas vías de comprensión de lo que existe, y aunque muchas de las visiones que nos proporcionan no siempre son plácidas ni tranquilizadoras, nos desasosiegan porque nos abren los ojos, no por simple afán de ofuscarnos. El arte no nos puede indicar lo que tenemos que hacer, ya que en tal caso se convertiría en una sucursal plástica de la moral... Como tantas veces nos han enseñado las obras de grandes artistas, uno de los primordiales efectos estéticos es fijar la atención distraída que resbala sobre la superficie de las cosas, las formas y los sentimientos sin prestarle demasiada atención: la evidencia de lo real, deslumbrante y atroz, que quizás nunca habíamos advertido antes en su pureza y desnudez implacables... No sé si el lector estará pensando lo mismo que yo, pero: ¿Acaso duda alguien que Cuba necesita buenos artistas?


Juan José Ferro de Haz.
Publicado en la Revista hispano cubana, nº 8, 2000.






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