JUAN JOSÉ FERRO DE HAZ
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ENSAYOS


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01/2003

COMO LLEGÓ LA NOCHE



Huber Matos. Memorias, Barcelona, Tusquets, 2002.


El pasado 20 de Mayo se cumplió el primer centenario del nacimiento de la República de Cuba. Por la misma razón, y con motivo de no dejar caer en el olvido este aniversario, numerosas organizaciones del exilio cubano han celebrado la fecha organizando actos y conferencias durante el año en curso. La propia Fundación Hispano Cubana, patrocinadora de esta revista, celebró un ciclo de nueve conferencias entre los meses de Abril y Mayo donde destacados intelectuales de Cuba y España disertaron sobre materias diversas que se podrían agrupar en dos grandes temas: el noble compromiso con la libertad y el futuro de Cuba para la reconstrucción del país; y el tenaz empeño en impedir que se oculte o tergiverse la verdad sobre su pasado, tan frenéticamente escamoteada desde adentro y desde afuera en el interminable presente.

Como si no quisiera quedarse fuera de estas celebraciones y con impertinente puntualidad para todos los que apuestan por el humo y el olvido, nos llega esta obra excepcional que no creo exagerar si afirmo que está destinada a ocupar un lugar privilegiado en la historia reciente de Cuba, es decir, en la historia de su última centuria. Asimismo, y cómo bien indica su nombre -Cómo llegó la noche-, este libro nos narra cronológicamente y desde la primera persona, todos los acontecimientos que se sucedieron a partir del 10 de Marzo de 1952 –día del golpe militar de Fulgencio Batista-, que tan nefastas consecuencias trajo en todos los órdenes para Cuba y que desembocó, siete años mas tarde, en la oprobiosa dictadura que aún perdura y que constituye, sin ninguna duda, la época mas infeliz, siniestra y criminal que ha conocido aquel país en su breve historia.

El carácter insólito de esta obra viene dado por el narrador de las memorias: Huber Matos, un hombre que en 1979 y cumplidos los sesenta años salió para el exilio después de haber pasado 20 años de su vida sepultado en las mazmorras castristas, ese mundo de sombras y de odio donde se pudren los presos políticos. El pecado cometido que le valió tan severo castigo, no fue otro que el haber entregado junto a su familia –padres, esposa e hijos- lo mejor de su vida desde los treinta y tres años para combatir a una dictadura que le resultó intolerable y que alcanzado el triunfo de 1959, pidió la renuncia a Fidel Castro para no involucrarse en el inequívoco rumbo que se tomaba, ni verse acusado de traidor por los que no habían luchado –muchos eran comunistas agrupados en el Partido Socialista Popular (PSP)-, y comenzaban a ocupar puestos relevantes en el nuevo gobierno... Ya para entonces había comenzado la noche de los cuchillos largos y caían las primeras cabezas.

Lo mas dramático de estas memorias tan bien contadas en todos sus detalles –que se leen como una novela-, es que desde la llegada de Huber Matos a la Sierra Maestra como un guerrillero mas (Marzo de 1958), sus primeros encuentros con Fidel Castro le son suficientes para desmitificar la imagen que tenía del jefe guerrillero en la misma medida que aflora en infinidad de detalles su catadura moral. En realidad, no podía haber sucedido de otro modo ya que en este relato íntimo, histórico y testimonial de una época, ambos personajes simbolizan involuntariamente un singular e implacable díptico de lo que pudo ser y no fue, lo que pudo triunfar y se aplastó, los ideales de libertad y su carcelero, las víctimas y su verdugo. Y si ya este testimonio veraz desde la inmediatez de los hechos es motivo suficiente para acercarnos a este libro y desembozar esa grotesca y sanguinaria farsa que tanto embriagó a los intelectuales de una época y se hizo llamar Revolución cubana (sólo Carlos Franqui ha narrado estos hechos con tanta proximidad pero sin llegar a tener el protagonismo y la dimensión de Huber Matos), no menos instructivo y alegórico resulta el choque de personalidades de ambos personajes, que tiene tantas lecturas como seamos capaces de avizorar... Ya sea en su sentido mas inmediato y cotidiano como metáfora de la vida misma en las relaciones con nuestros semejantes; ya sea en su sentido mas trascendental y aleccionador como metáfora de otros procesos históricos (¿revolucionarios?), donde el envilecimiento y la ambición de poder terminan socavando los nobles ideales que incitaron a tantos hombres al sacrificio, a dar lo mejor de sí, a luchar por el interés común y a entregar su vida por una causa justa; o ya sea en la simple lectura de esta obra, que narra y nos hace comprender sin mayor esfuerzo todo un proceso histórico, que se extiende hasta nuestros días...

Si a Huber Matos le decepcionó desde el primer momento las maneras que tenía Fidel Castro para hacerse respetar y temer –humillando, insultando o ridiculizando a los jefes rebeldes ante cualquier pretexto o fallo en presencia de otros combatientes-, el choque entre ambos surgió cuando el comandante intentó imponer el mismo trato al nuevo guerrillero (que ya para entonces y en sólo tres semanas –mes de Abril- había tenido tres ascensos por sus méritos militares y era capitán del Ejército Rebelde) y éste le respondió de una forma totalmente inusual a la acatada hasta el momento: no le acepto sus reproches e insultos, le desautorizó moralmente y le hizo enmudecer en presencia de todos.

A pesar de la respuesta, que le llevó a moderar el trato e intentar ganarse la confianza de este hombre, de sobrellevar con tacto y distancia una relación difícil con un guerrillero excepcional y de percatarse de lo útil que le resultaba este combatiente al que le encomienda las acciones mas atrevidas de la guerrilla, Fidel Castro no claudica en su vil empeño de doblegar a Huber Matos buscando flaquezas, negligencias o recriminaciones que le permitan humillarlo en su dignidad. En esta ocasión -finales de Agosto y principios de Septiembre-, el comandante en jefe es mas precavido en la amonestación y apela a las notas que se cruzaban los jefes guerrilleros entre sí y en un tono calculadamente irrespetuoso le imputa faltas inexistentes “que de repetirse comprometerían importantes acciones futuras” (Huber Matos ya era comandante de una de las columnas mas importantes del Ejército Rebelde). Ante la esclarecedora y tajante respuesta de Matos, el comandante le replica conminándole a retractarse o a presentarse en calidad de detenido, entregándole su mando al segundo de la columna. Huber Matos no hace ni una cosa ni la otra y le responde con una nota que habla por sí sola de la autoridad que ya para entonces se había ganado este guerrillero curtido en combates, avezado en sortear emboscadas y que miraba a la muerte de frente (pág 206): “Comandante Fidel Castro: pienso que la honestidad es una cosa tan necesaria en el hombre, que el día que crea que la he perdido no me interesará mas la vida. Un hombre que acepta insultos gratuitamente no es un hombre honesto. Por esto mi protesta. En cuanto a entregar el mando de la columna, no lo voy a hacer, porque me considero digno de este mando y estoy en la obligación de cumplir las misiones que me han sido asignadas (...) Yo no he incurrido en ningún desacato. No lo he desconocido como jefe. Rechazo la forma irrespetuosa en que me ha tratado. Estoy en desacuerdo con los procedimientos que usted utiliza con sus subalternos. Nosotros somos revolucionarios y en nuestras relaciones son ineludibles ciertas normas de respeto. Mientras yo lo crea al servicio de la libertad y del bien de nuestro país, usted será mi jefe”. Después de esta segunda carta que no tuvo respuesta, quedó cerrado o postergado el enfrentamiento... Catorce meses después tendría su desenlace.

La mejor prueba de hasta donde había llegado la autoridad moral y militar de este hombre la ofrece la propia ilustración de la sobrecubierta de este libro: en la caravana militar que partió de Matanzas en la mañana del 8 de Enero para entrar triunfalmente a La Habana (hay una errata en el libro cuando atribuye esta imagen a la entrada en Santa Clara), Fidel Castro se hace acompañar a cada lado por dos de los comandantes mas legendarios en el pueblo cubano: Camilo Cienfuegos y Huber Matos (el otro comandante con estos atributos era el Che Guevara). Sin embargo, al único que Fidel Castro le confía su temor a ser víctima de un atentado desde cualquier edificio alto en su entrada a la capital (se refería a los imponentes edificios construidos en la década de los 50 en todo el malecón habanero) fue a Huber Matos, que no se separó de él en ningún momento e hizo de su escolta personal: vigilante y atento a cualquier descuido desde donde pudiera aparecer un agresor y con una bala en el directo de su M-3. Este hecho es muy elocuente de la difícil relación que mantenía el comandante en jefe con Huber Matos: mas allá de las disputas y de su indomable carácter, Fidel Castro no sólo confiaba en la integridad moral de este hombre que se ocuparía de su seguridad personal, sino que además era el mejor reconocimiento a la astucia y olfato de este guerrillero ante el peligro. Por otra parte, el no confiarle la misma preocupación a Camilo Cienfuegos (el mas joven y popular de todos los comandantes), no sólo indica lo que Fidel Castro sabía apreciar mas de cada uno de sus hombres, sino como se cuidaba de no poner en evidencia sus miedos o debilidades. Camilo era aún joven y sentía un gran respeto por su comandante en jefe (siete meses mas tarde, Camilo le comentaría a Huber Matos: “Fidel me elogia en público, pero en privado me subestima y algunas veces me tira a mierda...”). Este histórico 8 de Enero de 1959, según cuentan quiénes lo vivieron, fue el día mas jubiloso, emotivo, tumultuoso y anhelado que se recuerde en Cuba.

Sin lugar a dudas, la llegada al poder del Ejército Rebelde tuvo una cálida acogida en el pueblo cubano, que miraba con simpatía a los jóvenes barbudos que tan heroicamente habían derrocado a la corrupta y sanguinaria dictadura de Batista (desde el asalto al cuartel Moncada –26 de Julio de 1953-, se había desatado una feroz ofensiva contra todos los movimientos insurgentes que luchaban y conspiraban en las ciudades; y el año 1958 había sido dramáticamente sangriento). Tampoco es menos cierto que dentro de esta acogida y simpatía hacia los jóvenes rebeldes, la generación mas entregada e incondicional era la juventud cubana (los que oscilaban entre 15 y 30 años), por dos razones muy lógicas: eran los que mas se habían involucrado en la lucha y derramado generosamente su sangre; y los que no habían participado, se identificaban plenamente con los nuevos líderes, en los que reconocían a sus ídolos que pensaban y sentían igual que ellos. En medio de todo el júbilo y la confusión que trajo el cambio de régimen, se decreta la anmistía de los presos políticos, comienzan a regresar los exiliados a su tierra y se repiten los discursos en todas las plazas del país dando vivas a la Revolución, a la libertad y a la democracia. Sin embargo, en este abrumador caos hay excesos que comienzan a preocupar... El mas notorio es la radicalización y exaltación del discurso político: se anuncia que serán ajusticiados muchos culpables, se mencionan nombres y comienza la psicosis de persecución. En un acto masivo en La Habana el 21 de Enero, Fidel exhorta a la enfervorizada muchedumbre abogando por la pena de muerte para los culpables de los crímenes políticos. Un día después, se trasmite por la T.V. el juicio a uno de los mas connotados criminales de la dictadura batistiana –comandante Jesús Sosa Blanco-, y a estas alturas no es difícil reconocer en este acto, mas que un anhelo de justicia, el primer ensayo en la aplicación del terror de masas del futuro estado totalitario: toda Cuba contempla como el público presente en el juicio se exalta y se desgañita profiriendo insultos contra los acusados. De la misma forma, los diarios y revistas nacionales se hacen eco del juicio y con un realismo aterrador muestran en primeros planos –rostros en medio de un charco de sangre- lo que significa la justicia revolucionaria.

A propósito de este proceso, del ajusticiamiento indiscriminado de los culpables y de la psicosis de persecución que se comienza a vivir, es bueno precisar que si negar la crueldad de las fuerzas represivas de Batista es una falacia, no menos falaz es atribuirle a la inmensa mayoría de los militares de este ejército, crímenes y torturas en las que no se involucraron. De hecho, este ejército profesional no era el ejército batistiano, como pretende denigrarlo la siniestra semántica comunista (la ‘primera revolución’ del castrismo -paralela a la radicalización del discurso político-, fue la perversión del lenguaje), sino un Ejército Nacional que acataba una constitución democrática y que aún en los períodos dictatoriales o en los que se suspendían las garantías constitucionales, formaba parte de una sociedad civil que iba muy por delante de sus políticos y que era respetuosa de una ética y unos valores desconocidos en la actualidad. (Vale la pena aclarar que cuando Batista dio el cuartelazo, la joven y próspera República cubana –que cumplía su medio siglo de existencia-, ya atesoraba de forma interrumpida 35 años de cultura y convivencia democrática –sin contar la segunda legislatura de Machado (1929-1933), cuando se convirtió en dictador aboliendo la independencia judicial y prohibiendo la reorganización de los partidos políticos-.) Sobre el Ejército Nacional, Huber Matos expresa lo mismo cuando señala que la gran mayoría de lo que se llamaba “el ejército de Batista”, estaba integrado por militares decentes y respetuosos que no se involucraron en los crímenes de la dictadura...

Desgraciadamente ya para entonces y desde los primeros días de Enero, habían comenzado a funcionar los tribunales revolucionarios en cada provincia con juicios sumarísimos y fusilamientos masivos. Curiosamente, las provincias ejemplares en la aplicación de la justicia revolucionaria y donde el paredón funciona con mayor eficiencia son Santiago de Cuba y La Habana, dirigidos por los comandantes Raúl Castro y el Che Guevara respectivamente. Y la curiosidad consiste en que ambos comandantes eran algo así como el politburó del nuevo gobierno, es decir, el ala marxista radical. Tampoco deja de ser curioso que quiénes se muestran tan partidarios de los juicios sumarísimos sean, en el caso de Raúl Castro –y al igual que su gran hermano- uno de los comandantes mas cobardes y que menos se expuso al fuego enemigo -¿quería demostrar ahora su valor?-; y en el caso del Che Guevara, un hombre que al día siguiente de pisar la capital de un país que desconocía (pasarse dos años en la sierra jugándose el pellejo, tirando tiros y robando reses, no es conocer un país), comience a juzgar sumariamente a hombres de los que no sabe nada y a aplicar casi en solitario sus teorías revolucionarias, que tienen una traducción muy simple: “O estás conmigo o estás contra mí... Es decir, o estás conmigo o te pudres en la cárcel..., si no te fusilo antes.”. (Por cierto, este austero, fotogénico e ilustre criminal –santificado en su muerte prematura por intelectuales, terroristas, políticos, delincuentes, parásitos, justicieros, cobardes, pendencieros, farsantes, fanfarrones, izquierdistas, anarquistas e ignorantes de toda laya- es la referencia moral de los niños cubanos, que cada día saludan la bandera de la escuela gritando a coro: “¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!”)

Si el mes de Enero fue suficiente para espantar a mas de uno y que comenzaran a correr noticias alarmantes, los meses posteriores despejaron cualquier duda y todo sucede a una velocidad vertiginosa... En febrero, el Primer Ministro del gobierno provisional, José Miró Cardona pide la renuncia por estar en desacuerdo con los fusilamientos indiscriminados. Fidel Castro –entonces jefe del ejército- la acepta y le sustituye en el cargo. También en este mes los jerarcas importantes del nuevo gobierno ya se han instalado en las confortables casas de las primeras familias exiliadas (entre estas, parientes y viudas de los ejecutados). Para el mes de Marzo, comienzan a aparecer artículos promarxistas en la prensa; primero en el periódico de las Fuerzas Armadas -Verde Olivo- y después en los otros. Gracias a su posición privilegiada dentro del gobierno por estas fechas, Huber Matos participa y nos narra el choque frontal entre el nuevo gobierno y la banca pública –Banco Nacional de Cuba-, cuando Fidel Castro intenta conseguir créditos ilimitados con intereses muy bajos. En el mes de Mayo se firma la Ley de Reforma Agraria, la medida mas audaz del gobierno hasta la fecha, que pretende beneficiar a los campesinos con la redistribución de la propiedad rural, es decir otorgándoles “tierras ociosas y desaprovechadas” de los terratenientes... En la práctica, se comienzan a hacer expropiaciones ilegales, aunque para aplacar el demoledor efecto de la medida, el gobierno ordena que les compren ganado, maquinarias y tractores a los afectados sin proceder a la expropiación de estos bienes. Para muchos terratenientes la Ley es arbitraria e injusta; otros, en cambio se muestran receptivos cuando ven la posibilidad de salvar algo de lo que les pertenece. De la misma forma, se aprueba la Ley de Recuperación de Bienes Malversados, en que el Ministerio encargado de aplicarla expropia (es muy feo decir ‘roba’) automóviles y bienes de las personas adineradas, amén de cometer otros atropellos. Ya para entonces, comenzaba a emerger en Cuba el glorioso comandante, la única voz que embelesaba a las masas: el redentor de la Nación, de los oprimidos y los humildes.... En la misma medida que sucedía esto, se iba triturando minuciosamente todo rastro de la sociedad civil existente.

En el mes de Junio, Huber Matos participa de las confidencias que le hace el entonces Presidente de la República –Dr. Manuel Urrutia-, al asegurarle que es un rehén del gobierno: un prisionero al que no le dejan dimitir y un títere del que se burla el pueblo cubano. Un mes mas tarde, Urrutia decide afrontar los riesgos y abandona la presidencia... Es así como el 17 de Julio, los medios de comunicación repiten sin cesar desde la mañana la noticia de que Fidel ha renunciado a su cargo de Primer Ministro. Circula por la calle el rumor de que “Urrutia ha defraudado a la Revolución”. La reacción popular no se hace esperar: ¿cómo va a renunciar el máximo líder?.. El escenario está preparado para el gran show, y el gran comediante no defrauda a su revolución: Fidel Castro se presenta por la noche en T.V. e insiste en que su renuncia tiene por objeto “rechazar las infamias que acusan a la Revolución de comunista” y demostrar así que no le interesa el poder por sí mismo, sino para dar al pueblo la justicia social, la independencia económica y la soberanía política, tan regateadas por anteriores gobiernos... También expresa “su aflicción por la actitud contrarrevolucionaria de Urrutia, que ha estado bordeando la traición”. En rigor, detrás de la grotesca farsa televisada hay un golpe de Estado en toda regla: de esta forma, se adueña totalmente del poder respaldado por un pueblo al que ha manipulado sin escrúpulos... Mientras Urrutia, que no se puede defender, espera encerrado en su casa el momento de huir del país (logró asilarse disfrazado de lechero en la embajada de Venezuela), es nombrado el nuevo Presidente de la República: Osvaldo Dorticós, un incondicional del gobierno (vinculado al PSP) y un monigote de Fidel Castro.

Cuando Huber Matos envía la carta de renuncia el 20 de Octubre de ese mismo año (aparece en el libro), con los argumentos que alegaba para actuar así, no era la primera vez que lo hacía. Tres meses antes (coincidiendo con la farsa mediática) le había enviado una carta similar expresándole las mismas razones y Fidel Castro lo había disuadido en una conversación personal días después al expresarle (pág 332): “... Lo que tú temes, que caigamos en manos de los comunistas, tienes que desecharlo. Debes tener en cuenta que la mayoría de los nuestros son ajenos al marxismo. Hay algunos comunistas que son inevitables en todo proceso político, pero eso lo tengo controlado. Con nosotros no van muy lejos los comunistas. Admito que Raúl y el Che están coqueteando con el marxismo y hay otros por ahí, como Osmani Cienfuegos, haciéndole su jueguito a los del Partido Comunista; pero eso no significa que se vayan a adueñar del proceso. Tengo todo bajo control. Olvídate de renunciar”. En la carta enviada en Octubre, Huber Matos era consciente de que no estaba solo en sus razones y temores, pero descartaba la posibilidad de contar con otros jefes revolucionarios para realizar una acción concertada de varias renuncias significativas: algunos jefes aún dudaban sobre lo que se debía hacer y otros querían irse pero sin cuestionar el proceso revolucionario. Por otra parte, sabía perfectamente a lo que se exponía, aunque confiaba que pudiera jugar a su favor el prestigio que lo acompañaba desde la sierra. En realidad, era el último recurso que le quedaba: con el coraje y el ejemplo que siempre le había distinguido, intentaba enderezar el camino de la Revolución, y que prevalecieran los ideales por los que tantos habían luchado.

La respuesta de Fidel Castro fue fulminante y no se hizo esperar... Al día siguiente mandó a Camilo Cienfuegos con hombres armados a Camagüey para que lo arrestara por “conspirar contra la Revolución y alzarse con sus hombres”. Huber Matos, que ya contaba con esta acusación como probable respuesta, había tomado sus precauciones: la renuncia era a título personal sin involucrar a sus hombres de confianza (que estaban dispuestos a respaldarlo), aunque les dejó una copia de la carta por si surgían manipulaciones interesadas. La otra copia, estaba en las seguras manos de su esposa –María Luisa-, que jugó un papel crucial en alertar a la opinión pública, cuando en su primera noche de encierro (ese mismo 21 de Octubre), el carcelero que custodiaba dentro de la celda intentó asesinar al comandante arrestado con un certero disparo en la cabeza al suponerlo dormido... Como bien es sabido, este es un viejo truco de mafiosos, matones y comunistas: después de asesinarlo –el disparo debe ser en la cabeza para que funcione la versión posterior -le ponen la pistola en la mano con sus huellas y todo queda, en este caso, como un suicidio “por la mala conciencia y los remordimientos de haber traicionado a la Revolución”. El esbirro tuvo que salir de la celda cuando Huber Matos denunció sus intenciones a los militares que aguardaban afuera y exigió su expulsión. Mª Luisa, que viajó de Camagüey a La Habana ese mismo día, logró conversar con su esposo en la madrugada del 22 de Octubre y al enterarse de lo sucedido, envío a un periódico la copia íntegra de la carta de renuncia (de la que malévolamente, el máximo líder había citado un solo párrafo), acompañada de una carta abierta dirigida a Fidel Castro, en la que denunciaba la sucia campaña desplegada por los medios del gobierno para presentar a su esposo como un traidor, así como advertía de que no intentaran suicidarlo. La carta se publicó el 23 de Octubre en el periódico Prensa Libre, y luego en los otros periódicos del país... El escándalo político provocado en la prensa fue la protección mas eficaz para la vida de Huber Matos y algunos de los periodistas mas críticos entonces –Humberto Medrano y Pedro Leyva-, publicaron artículos donde cuestionaban las acusaciones que hacia el gobierno... Ya para entonces, la libertad de prensa tenía los días contados y muchos periodistas tendrían que marchar al exilio.

Si el escándalo funcionó para impedir el linchamiento de Huber Matos, esto no fue óbice para que Fidel Castro diera un paso mas audaz aún en la eliminación de los hombres que tenían autoridad moral para cuestionarlo y que sin duda serían futuros rivales políticos. A sólo cinco días de la publicación de la carta abierta y viviendo el país la convulsión de este escándalo político, sucede en Cuba una misteriosa desgracia aún pendiente de aclarar: la avioneta en que viajaba Camilo Cienfuegos de Camagüey a La Habana desaparece en el mar a causa de un incierto accidente por las malas condiciones del tiempo (esta es la versión del gobierno). Al experto piloto no le dio tiempo de trasmitir señales o mensajes sobre las dificultades meteorológicas, ni sobre la localización en que se encontraba. Tampoco apareció el avión o restos del mismo en el mar, a pesar de la intensa búsqueda en todo el litoral. Algunos guajiros que vivían en el monte dieron versiones confusas y pintorescas de ráfagas que silbaron en la sierra, pero nadie les hizo caso. Eso sí, el gobierno desplegó todo un montaje escénico de la búsqueda de Camilo: Fidel y Raúl aparecen insistentemente con el rostro compungido y deseosos de encontrar al compañero desaparecido. Por más, el máximo líder se hace acompañar por los padres de Camilo y de su hermano, Osmani, en la búsqueda del aparato... El paso de los días y la ausencia de todo rastro, confirman el trágico accidente.

Mas allá de esta triste comedia, en Cuba es un secreto a voces que los hermanos Castro son los autores intelectuales de la desaparición de Camilo. También es conocida la profunda antipatía que hacia Camilo sentía Raúl Castro (al que algunos llamaban el ‘hombre odio’), que cómo bien señala Huber Matos era mutua. A la irrefrenable envidia que Raúl sentía por un ídolo del pueblo –por su valor, su simpatía, su juventud-, Camilo correspondía con desprecio. En realidad, en Camilo Cienfuegos se resumía la cara opuesta de los hermanos Castro. A diferencia de ambos, Camilo era sencillo, llano, transparente. Sin usar rodeos iba directamente al grano. Por otra parte, en su último acto de servicio –la detención y el arresto de Huber Matos-, había chocado frontalmente con Fidel Castro (y lo había cuestionado por vez primera en sus decisiones), al comprobar con sus propios ojos que la campaña de infamias e insultos desatada por los medios de comunicación –la radio principalmente- y dirigida por el máximo líder, era una farsa que no se sostenía: ni Huber Matos se había alzado con sus hombres, ni conspiraba contra la Revolución. También en su último encuentro a solas con Huber Matos, éste lo había alertado de que su popularidad era motivo de preocupación para los hermanos Castro... En cualquier caso, el arresto de Huber Matos y la desaparición de Camilo Cienfuegos –entre el 21 y 28 de Octubre-, era un golpe demoledor, que le dejaba libre el camino a Fidel Castro... Para Raúl Castro y el Che Guevara, desaparecían sus rivales mas enconados en la conjura comunista. A finales de Octubre de 1959, el destino de Cuba había quedado a merced de tres hombres sin escrúpulos, aunque la gran mayoría seguía confiando ciegamente en sus líderes.

Durante aquella misma semana –posiblemente la más terrible y decisiva en la deriva al totalitarismo-, Fidel Castro convocó al pueblo frente al Palacio Presidencial en un acto masivo “de apoyo a la Revolución y contra los traidores”. En el mismo, celebrado el 26 de Octubre, el máximo líder pide que se levante la mano aprobando el fusilamiento de Huber Matos y Díaz Lanz (piloto revolucionario exiliado, que había sobrevolado La Habana esa semana arrojando panfletos que denunciaban la traición de los hermanos Castro). La respuesta es unánime, la multitud enardecida pide al unísono: “¡Paredón! ¡Paredón! ¡Paredón!”. Cómo ya sabemos por el magnífico ensayo de Gustavo Le Bon (Psicología de las multitudes), el voto de cualquier multitud por abrumadora que sea, equivale al voto de un individuo aislado. Ni mas, ni menos. En las muchedumbres, el imbécil, el ignorante y el envidioso están libres del sentimiento de su nulidad e impotencia; y en la misma medida que el número les da idea de una potencia irresistible, según las excitaciones del momento pueden convertirse en una turba de criminales dispuestas a cualquier cosa. En eso había convertido Fidel Castro al pueblo cubano: en una turba de fanáticos que legitimaba todos sus crímenes colectivamente y los anulaba individualmente como personas... Todos eran sus víctimas y al mismo tiempo cargaban con su culpa... ¡Esta es la esencia del totalitarismo!

El juicio a Huber Matos se celebró entre los días 11 y 15 de Diciembre y fue un grotesco sainete judicial contemplado por 1500 oficiales. Las condenas y el escarmiento fueron ejemplares: 20 años de cárcel para Huber Matos; los otros acusados (22 oficiales) cumplirían penas que oscilaban entre los siete y los dos años de cárcel. Doce meses mas tarde, 1500 presos políticos malvivían en las mugrientas mazmorras castristas; otros 2000 cubanos habían sido ejecutados y mas de 100 000 habían partido para el exilio. En realidad, no podía haber sucedido de otro modo... Si tras la deserción de Miró Cardona y la purga de Urrutia, el primer año de Revolución finalizaba con la desaparición de Camilo Cienfuegos y la condena de Huber Matos, el año 1960 traería convulsiones y alzamientos a lo largo y ancho de toda la Isla...

En las montañas de Cuba se volvían a alzar antiguos guerrilleros, campesinos y opositores, en una larga y cruenta lucha que duraría seis años. Para aplastarla, el gobierno tuvo que recurrir al ejército, a las milicias y a todo el pueblo –que en su siniestra jerga la denominó Lucha contra bandidos-, desató una feroz represión contra los alzados y sus simpatizantes e involucró masivamente a toda una generación que lo respaldaba y que ya comenzaba a adoctrinar. En esta brutal cruzada (1960-1966), no faltaron los desalojos de familias enteras de campesinos (se cuentan mas de cuarenta mil) a campos de concentración en otras provincias, y con ello la confiscación de sus animales y bienes. Los guajiros que se negaron a ser desalojados vieron sus fincas incendiadas y muchos fueron encarcelados. También en 1960 se iniciaba una guerra clandestina en toda la Isla y numerosos veteranos de la lucha contra Batista se organizaban en grupos insurgentes que conspiraban en las ciudades, al mismo tiempo que desde el exilio comenzaban las infiltraciones y los sabotajes (al que quiera profundizar en este tema, le recomiendo el excelente libro de Enrique Encinosa Cuba en guerra. Historia de la oposición Anti-Castrista 1959-1993).

A semejanza del campo, también llegaron a las ciudades los campos de concentración –bajo el nombre de Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP)- que le servirían al régimen para encarcelar, torturar y avasallar a todos los que consideraban escoria desafecta y contrarrevolucionaria, a saber: homosexuales (el grupo mayoritario), creyentes, disidentes, artistas, poetas, escritores o simplemente a jóvenes extravagantes (para recibir esta calificación sólo había que llevar el pelo largo, vestir pantalones ajustados, andar con extranjeros, sentir predilección por la música occidental, ser contestatario o tener un pasaporte para abandonar el país). Las interminables jornadas de trabajo -de 12 a 14 horas-, las infrahumanas condiciones de vida y la permanencia indefinida en estos campos de donde no se estaba seguro de salir (muchos no salieron: mas de 250 casos entre suicidios y asesinatos), era la forma de rehabilitar a estos jóvenes en la sociedad que no sabían comprender (quizás el mejor testimonio de esta ‘generación perdida’ y de la vida cultural durante los años 60 es la desgarradora autobiografía de Reinaldo Arenas Antes que anochezca). Para gozo del gobierno en la eficacia del terror, muchos de estos jóvenes -y no tan jóvenes- terminaron ‘rehabilitándose’, representando la cultura oficial y glorificando al nuevo sistema... Otros, en cambio, nunca se recuperaron y terminaron sus días ignorados o desterrados, es decir, devorados por el silencio, la soledad y la miseria.

De esta forma, y aquí radica a mi parecer el valor de este libro cómo testimonio excepcional de una época (en cierta medida ambas memorias –la de Huber Matos y la de Reinaldo Arenas- son testimonios complementarios e imprescindibles para descifrar esos años de vértigo y confusión), ese glorioso Ejército Rebelde al que perteneció Huber Matos se convertía en el reverso de sí mismo y en la negación mas radical de sus ideales... Y si hasta 1958 la razón de ser de este ejército era derrocar a un tirano para restablecer la democracia y las libertades en Cuba (causa e ideales que cómo bien señala Huber Matos, animaba la incorporación masiva de jóvenes que desafiaban a sus padres -sobraban guerrilleros y faltaban armas-; el propio Reinaldo Arenas, fue uno de esos guerrilleros sin armas que bajó de las lomas con el triunfante Ejército Rebelde y fue recibido como héroe en su barrio), a partir de 1959 e instalado oficialmente como ejército del nuevo gobierno, no sólo reprimía ferozmente a su pueblo y servía dócilmente a un tirano implacable, sino que con el paso de los años y conforme a su nuevo destino, se convertía en una tropa de élite internacional (el llamado internacionalismo proletario), dedicado a socavar las democracias del continente, a participar en guerras africanas y a extender “su revolución” por todo el tercer mundo. Si en el Ejército Rebelde de 1958, el término ‘revolucionario’ aún conservaba su sentido mas noble de entrega y sacrificio por el bien común (como es palpable en estas memorias), en los años 60 este término trocaría su significado, en la misma medida que el nuevo ejército cubano se convertía en escuela de terroristas, mercenarios, guerrilleros y narcotraficantes en todo el mundo. Ya para entonces ese ejército estaba a las órdenes de un tirano vasallo de la Unión Soviética -un vasallo díscolo (en su etapa guevarista), pero vasallo fiel- y los cubanos se habían convertido en carne de cañón de las aventuras imperiales del comunismo ruso en el mundo... A pesar de esto, muchos padres en Cuba parecían sentirse orgullosos de que sus hijos murieran en tierras extrañas defendiendo los ideales de la revolución socialista.

Si 43 años de dictadura totalitaria en Cuba, son muchos años para silenciar la pavorosa miseria de su realidad o negar sus atroces estadísticas –de crímenes, de abusos, de presos, de exiliados, de suicidios, de ahogados, de neuróticos, de perturbados, de esclavos, de depravados, de cochambre ideológica, de indigencia afectiva, de mugre moral- todavía siguen siendo muchos los que se aferran a preservar la mitología de la Revolución cubana y de los buenos propósitos del comandante en los primeros años... Es lo que hace unos de los prologuistas de este libro –el escritor británico Hugh Thomas-, cuando sostiene a modo de coartada hacia Fidel Castro que éste se unió a la causa comunista durante 1959 porque “... quería causar los mayores problemas posibles a Estados Unidos, al que consideraba, como muchos nacionalistas cubanos, el genio maligno de la Cuba independiente (cualquiera que dude de este aspecto de los motivos de Castro debería leer el conocido relato de su conversación con Rómulo Betancour de 1959)...”

Para refutar este oscuro prólogo que requiere del aval de un ‘conocido relato’ (no hay otra forma de salir de dudas), nada más fácil que oponer argumentos contrarios del propio comandante: Fidel Castro ha explicado sin rubor ante las cámaras de la TV española que desde su época de estudiante él era un marxista-leninista convencido, y que si no lo había dicho antes, fue para no asustar a los cubanos. Asimismo, hace poco se desvelaban documentos secretos de Moscú que confirmaban que Castro había sido reclutado como agente de la KGB soviética en 1948 (sobrecoge pensar que el trágico destino de un país y de millones de personas, se pueda pactar una década antes por la sórdida voluntad de un individuo). En cualquier caso y para el que lo quiera ver, así lo confirma la propia realidad histórica y la ambigüedad calculada del comandante desde que llegó al poder: en la misma medida que se radicalizaba el discurso nacionalista para defender a la Revolución de los traidores y se iba adoctrinando a todo el país en el marxismo-leninismo -por cursillos intensivos, por Manuales de capacitación cívica, por la radio, la prensa, la TV-, se aniquilaba concienzudamente todo vestigio de sociedad civil con la inestimable colaboración de los conjurados: comunistas, socialistas, nacionalistas y oportunistas de todo pelaje... Si después de eliminar los partidos políticos -Enero del 59-, el gobierno provisional anunciaba elecciones en año y medio, cumplido este plazo, la pachanga que coreaban las muchedumbres era: “Elecciones, ¿para qué?” Cinco años después (1964), le llegaría el turno a muchos de los que habían conspirado en 1959 (otros, terminarían suicidándose años mas tarde; entre ellos, el que fuera Presidente de la República: Osvaldo Dorticós). El único que seguía esclarecido de cómo alejar a Cuba del ‘genio maligno’ era Fidel Castro (la transición ‘de la Revolución al modelo totalitario’ la explica muy bien Pío E. Serrano en un artículo del mismo nombre, dentro del libro de ensayo Cien años de historia de Cuba (1898-1998), editorial Verbum).

Lo mas curioso de la abrumadora multitud de intelectuales que vocifera contra las dictaduras mientras defiende a Fidel Castro y al mito de la Revolución cubana, es que antes de que el comandante fuera domesticado (1968) y comenzara el acercamiento definitivo a Moscú, la llamada Revolución cubana, según las fases que atravesara, podía encajar -¡y con ventaja!- en cualquiera de las dictaduras repudiadas del continente... En su primera fase –pendiente de elecciones-, en el caudillismo institucional que practicaban las dictaduras militares de la época. En su segunda fase, en el caudillismo personal que ejercían las dictaduras nacionalistas -el llamado Populismo-, que era una suerte de fascismo criollo inspirado en los modelos europeos vigentes –la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler o la España de Franco-, a saber: un nacional-socialismo corporativista, antiliberal y antidemocrático de Partido único, que tuvo en la Argentina de Perón (1946-1955) su mas sublime realización. En rigor, la defendida Revolución cubana en su transición al totalitarismo institucionalizado (la Constitución socialista se aprobó en 1976), fue una siniestra mezcla de ambos totalitarismos: del nazi y del comunista... Del totalitarismo nazi o hitleriano, por su política imperial en el continente americano –caudillismo personal y militar- por su ideología nacional-socialista y por la semejanza retórica de los discursos –entonces de “Patria o muerte”; hoy de “Socialismo o muerte”-: siempre reiterativa, populista y sensiblera, despojada de razonamientos y saturada de afirmaciones simples, tajantes, rotundas: una suerte de claroscuro musical de tonos graves y chirriantes agudos donde convergen lo brutal y lo inocente; lo pomposo y lo banal; lo sagrado y lo inmundo; la Revolución y los traidores, los flojos, los cobardes, los gusanos, los apátridas...

Del totalitarismo ruso, por su vertiginoso adoctrinamiento en el marxismo-leninismo (la forja de la conciencia revolucionaria en el país -obsesión del Che Guevara-, germen de la concepción del llamado hombre nuevo) y por el ‘cheque en blanco’ que le extendió Moscú al comandante para sumarlo a la causa comunista (la ubicación de Cuba lo valía). También hoy, terminado el sometimiento hacia Rusia –y después de pedir de rodilla seguir siendo su colonia-, el capitalismo de estado cubano estrenado en la última década sigue fiel a su caudillismo personal y a su esencia ideológica nacional-socialista (por cierto, no deja de ser enigmático que esa amarga pócima –nacionalismo + socialismo-, mezcla de populismo, fanatismo y superstición, que convierte al hombre cívico en bárbaro y a las sociedades prósperas en míseras, se siga recetando por sus supuesta bondades curativas...¡Misterios del ocultismo!) El protectorado económico que antes ejercía el comunismo ruso, hoy lo han asumido las democracias occidentales a pesar de que el despotismo está a la vista de todos. Cómo diría Jean-Francois Revel en su magnífico ensayo (La gran mascarada), casi se puede decir que al menos antes se mentía para ocultar los crímenes de Fidel Castro... Hoy se asumen con la mayor naturalidad (es lo que hace el prologuista cuando se aferra a mirar al pasado), y sigue siendo un honor invitar, agasajar o ser invitado por el ilustre comandante... ¡Es obvio que para todos los intelectuales que se niegan a mirar la realidad de frente, el mejor refugio es mirar con nostalgia al pasado y consolarse con las buenas intenciones!

Al margen de algunas aclaraciones, si lo narrado en este artículo intenta resumir los momentos mas dramáticos e intensos de las memorias de Huber Matos (de Marzo de 1958 a Diciembre de 1959), no menos valiosas son las páginas restantes, que temáticamente pueden corresponder al primer y último tercio del libro. En el primer tercio, a los seis años de activa lucha en la clandestinidad (de Marzo de 1952 a Marzo 1958), desde que este joven maestro se siente golpeado en su conciencia ante el cuartelazo perpetrado por Batista cuando sólo faltan 82 días para las elecciones que garantizaban la continuidad democrática. De esta forma, y en la misma medida que se va involucrando en el movimiento de resistencia civil que surge a raíz del golpe o en las mil pequeñas odiseas que comienza a afrontar con entereza y distinción, se va esculpiendo ante nuestros ojos la reciedumbre moral de este narrador, que compromete al lector precisamente por ello. El último tercio del libro (de Diciembre de 1959 a Octubre de 1979), es un aterrador testimonio del presidio político en Cuba, de los calabozos castristas, de su infinita maldad en la tortura -física y sicológica- para doblegar a los presos y de un sistema carcelario diseñado para destruir a los hombres, despojarles de su dignidad y deshumanizarlos. Estos son los episodios mas escalofriantes del relato, donde Huber Matos cumplió su condena con una integridad humillante para sus verdugos.

Para los que todavía creen en esa historia para niños que con ingenua complicidad nos siguen contando de la Revolución cubana y de su máximo líder (sólo hay que leer los reportajes que publicaba la prensa española en el 40 aniversario de la Llegada de los barbudos o uno dedicado a Fidel Castro -Don Quijote de La Habana-, firmado por Manuel Vicent), este libro es el mejor testimonio para desenmascarar toda la putrefacción que se esconde detrás de tanta mentira.


Juan José Ferro de Haz.







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