RESEÑAS DE CINE
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05/2000
LA VIDA PROMETIDA. (LA VIDA ESTAFADA)
Coproducción: España-Francia-Rusia-Bulgaria, 1999.
Dirección: Regis Wargnier
Intérpretes: Sandrine Bonnare, Oleg Menshikov, Catherine Deneuve
Una de las paradojas mas grandes de la industria del cine, es que mientras ha recreado con acierto la vida de sociedades y culturas desde tiempos remotos, y nos ha conmovido con infinidad de historias y dramas de cada época, ha sido, no obstante, increíblemente mezquina con sociedades mas recientes que han sido víctimas de una de las ideologías mas siniestras y salvajes que ha conocido el género humano, a saber: el comunismo (no olvidemos la espeluznante cifra de los 100 millones de muertos en el paraíso de la clase obrera, cifra plusmarquista en la dilatada historia de la humanidad). Sin embargo, cuando hablo del olvido del cine por estas víctimas, no me estoy refiriendo a los que han perecido en estas dictaduras por la aplicación bestial del terror de masas (ni pretendo promover el cine de horror), me refiero mas bien a los sobrevivientes, a los miles de millones de personas que han arrastrado su vida sorteando el espanto, a la infinidad de tragedias, dramas y traumas de todos los que han sufrido -¡y aún sufren!- la abyecta crueldad de estos regímenes.
Por otra parte, las contadas películas que intentan reflejar la perversa realidad de estas sociedades, rara vez consiguen sus propósitos sin que se sacrifique o resienta la historia que nos quieren contar. Esto sucede cuando la denuncia de la realidad termina devorando la credibilidad de las situaciones y de los personajes... Es el caso de El círculo del poder, dirigida por Andrei Konchalowsky (1991) e interpretada por Tom Hulce, donde se muestra el mundo cerrado del Kremlin durante la época de Stalin y la indigencia moral de esta sociedad -que es la seña de identidad mas palmaria de esta ideología, al margen de la brutalidad, de la época o del país que la padezca-, pero que se acerca mas al documental o testimonio (es la primera vez que se filma el Kremlin por dentro), que al buen cine, ya que tanto la historia que cuenta como sus protagonistas apenas son capases de conmovernos. El reverso de estos film-denuncia, son las películas que bajo la máscara de criticar estas sociedades, son torpes e intencionadas caricaturas de su realidad, por lo que su infame virtud no es otra que la de escamotearla, o sea, se convierten en aliados y valedores de las tiranías que simulan criticar. Esto no le impide a la película contar una buena historia, tener taquilla y hasta resultar divertida (para mayor sarcasmo). Es el caso de Fresa y chocolate, donde "la crítica" del protagonista/homosexual es que se va del país porque no le dejan "soltar sus plumas", pero no deja de confesarse como un revolucionario (¡esta palabra me pone los pelos de punta!). El resto de la película es lo que siempre ha vendido el cine de allá: ser complaciente con la imagen folclórica, jocosa y alegre de los cubanos -¿género fantástico?-, que divierte tanto en el extranjero (imagen que, dicho sea de paso, a fuerza de machacarse tanto, muchos creen en serio, otros tantos explotan y consuela a los mas aburridos).
Si la carencia de buenas películas sobre el tema comentado ya es suficiente para recibir La vida prometida como una sorpresa y un valioso regalo, no creo exagerar si además de ser una muestra del mejor cine, se puede calificar de excepcional. Aparte de haber sido nominada al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa (donde se llevó las palmas Almodóvar), entre sus muchas virtudes, la primera de todas es que nos cuenta una historia veraz con una tensión narrativa que nunca cede y donde sus personajes, tanto los protagonistas como los secundarios, son seres reales y están trazados con mano certera: los podemos odiar o despreciar, compadecer o perdonar, pero nunca nos resultan indiferentes. Esto no le impide a la película que nos recree ambientes y situaciones dispares, que con pinceladas precisas y a menudo sutiles nos da la medida del mundo que habitan sus personajes. Y aquí es donde creo que reside otro de sus grandes aciertos: ya que al mostrarnos este mundo, mas que recrearlo con sus localismos y dentro de la época en que se enmarca la historia, sabe resumirlo con impecable destreza, es decir, hacerlo reconocible mas allá de la geografía y el tiempo. Y esta es a su vez, la mejor forma de denunciarlo y poner al descubierto a estos regímenes en su esencia e infinita maldad: desde la siniestra maquinaria de propaganda y terror que moviliza, hasta la mas espantosa miseria material y moral que asfixia a toda una sociedad donde el miedo, la represión, la delación, la desconfianza, la simulación, la mentira, la hipocresía, el chantaje, la degradación y la contención de los sentimientos son meras formas de supervivencia, y donde, la única manera de salvarnos y huir de ese infierno, no sólo implica tenacidad y férrea voluntad de ser libres, sino renunciar a seres queridos y arriesgar la vida si es necesario.
Es preciso decir que La vida prometida está basada en hechos reales, pero mas que una historia común y conocida, es un hecho insólito y quizás único: Finalizada la II Guerra Mundial, y haciéndose eco de la llamada de Stalin, varios miles de exiliados rusos decidieron volver a su país (como ovejas al matadero) después de llevar 30 años viviendo en Francia... Nadie sabe aún que les empujó a hacer esto. ¿Cómo pudieron renunciar a su libertad, deshacer el camino hecho, y regresar por su propia voluntad a la terrible dictadura que ya conocían? ¿Fue el dolor de la nostalgia, la soledad y el exilio? No cabe duda que es un enigma difícil de comprender... Quizás pensaron que finalizada la guerra y con la necesidad de reconstruir el país, se produciría un cambio y una apertura democrática; o quizás fueron víctimas de la ilusoria sensación de triunfalismo que trajo la derrota del fascismo y de la propaganda de la prensa occidental que pregonaba y exaltaba el paraíso comunista. En cualquier caso, es una triste historia y una certera parábola...
Aqui comienza la narración de la película: Es junio de 1946 y en medio de la noche un barco embiste las frías aguas del Mar Negro, a bordo de él, entre canciones y bebidas, un grupo de exiliados festeja con júbilo, nostalgia e ilusión su regreso al paraíso perdido -que para tantos exiliados no es otro que su tierra natal-. En este grupo está Marie, una joven francesa que con su pequeño hijo ha decidido seguir a su esposo, Alexéi, un médico ruso francés que regresa al país que abandonó en la infancia. Sin embargo, desde que llegan al puerto de Odesa el recibimiento les comienza a advertir que han llegado a un país diferente del que esperaban encontrar. Y así, en pocos minutos pasan del asombro al espanto, al comprobar primero como son separados arbitrariamente los familiares y divididos en grupos, y después como un joven es abaleado por la espalda al desobedecer las órdenes de los militares. Si la bienvenida es brutal, mas aterrador resulta cuando Marie contempla, entre la perplejidad y la impotencia, como su pasaporte es destrozado delante de su propia cara al intentar acreditar su ciudadanía francesa. Esta es una de las escenas mas dramáticas de la película y sintetiza el rasgo mas totalitario de las dictaduras comunistas: lo peor no son las bofetadas que recibe, ni las acusaciones de que es una espía francesa, sino comprender que ha entrado por su propio pie en un infierno a cielo abierto, y peor aún, que es un campo de concentración del que le prohíben salir.
A partir de aquí, se teje el hilo conductor de la película y las peripecias de los protagonistas en el país en que tienen que aprender a vivir, y que comienzan a conocer en toda su sordidez: desde el miserable cubil donde comparten promiscua convivencia con otras familias que lo habitan, hasta sus nuevos vecinos y compañeros de trabajo, que no deja de ser un catálogo de los comportamientos y la fauna que engorda en estos regímenes. Si Aléxei lamenta desde el primer momento su error y no deja de sentirse culpable, el miedo, la impotencia y el tiempo lo convencen de que lo mejor es intentar adaptarse. Marie, sin embargo es incapaz de asumir con resignación y mansedumbre lo que le han estafado, y empeña su vida y todas sus energías en recuperar su libertad. La aplastante realidad por un lado (que además no admite disidencia o sospecha), y las diferencias de actitud ante su propia dignidad por otro, comienzan a corroer la vida de ambos y termina socavando la feliz relación de un matrimonio y de dos personas que sin duda, nunca dejaron de quererse...
Más allá de la historia de Aléxei y Marie, o de la historia de todos los exiliados rusos que un día decidieron regresar ingenuamente a su tierra natal, La vida prometida es una certera parábola del sistema comunista como paraíso propagandístico y como horrenda realidad... También es, y porque no, un canto a la libertad, a su valor como condición mas estimada del hombre y al precio que a veces hay que pagar para preservar nuestra propia dignidad.
Juan José Ferro de Haz.
Publicado en la Revista Hispano Cubana, nº 7, 2000.
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