JUAN JOSÉ FERRO DE HAZ
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07/1999

TRISTE COMEDIA EN DOS ACTOS



ACTO PRIMERO. (Un lugar apacible, una hermosa playa). Es la última semana de Junio y la tibia belleza del paisaje con su paz primaveral se hace trizas en pocos minutos. La policía de guardacostas ha detectado a seis intrusos trepados sobre una tarima flotante que intentan ganar la playa sin ser vistos. Con ruidosa diligencia, se movilizan todas las unidades de servicio para lanzarse a la captura de las ratas de agua -así les llaman entre los vigilantes-, que comienzan a ser frecuentes por esta época del año. A diferencia de otras ocasiones, la labor se presenta difícil y tienen que emplearse a fondo. El espectáculo es desigual y bochornoso: con chorros a presión y aerosoles paralizadores, la manada de policías trata de impedir que los maltrechos balseros lleguen a pisar tierra firme (esa es la meta que cuenta)... Al final, cuatro son reducidos, pero dos burlan el cerco y llegan a nado hasta la orilla. Lo han logrado aunque no lo saben bien (en realidad no saben nada, y ni siquiera son conscientes del miedo o la fatiga). Mientras son esposados en la orilla ante la mirada indiscreta de los curiosos, reciben el apoyo de algunos desconocidos (quizás más de uno se halla visto así mismo años atrás). La frase que más le repiten es la misma: "Tranquilos, que ya llegaron y tienen derecho a quedarse. Estamos con vosotros".

La escena tuvo lugar en la playa de Surfside, a dos pasos de Miami y fue filmada desde un helicóptero por la televisión. El incidente provocó un mitin playero, y cientos de cubanos se echaron horas después a las calles de Miami, para protestar contra la brutalidad de los métodos empleados y pedir que los dos nadadores y sus cuatro acompañantes pudieran pedir asilo político. El jefe de los guardacostas tuvo que pedir perdón en un acto público (los manifestantes pedían su dimisión), y el alcalde de Miami prometió con retórica oficial, que se actuaría contra los oficiales que se excedieron para detener a unos refugiados, cuyo único crimen era la búsqueda de la libertad. No obstante, aprovechó para anunciar que no se bajaría la guardia para evitar que los inmigrantes ilegales pudieran acercarse a las costas... El número de interceptados este año va por 826 y el año pasado alcanzó los 1047. El número de los que han sido tragados por el mar nadie lo conoce. Ni los de este año, ni los del año pasado, ni los de ningún año (son 180 km de mar y una travesía de muerte). Tampoco hay estadísticas de todos los que se ha tragado la isla sin dejar rastro alguno -que supera con creces las cifras criminales del mar-, y ya casi nadie se acuerda que esto sucede desde hace cuarenta años.

ACTO SEGUNDO. (Un lugar apacible, una hermosa playa). Durante la misma semana y desde la habitación de un lujoso hotel con vistas al mar, el viejo zorro repasa minuciosamente la apretada agenda que le espera. Es su primer día en el evento, y su primer encuentro del año con los presidentes de Latinoamérica y Europa. También es, uno de los momentos más delicados de los últimos tiempos y tiene conciencia de su vulnerabilidad. Ha sido un año duro, lleno de contratiempos y tuvo que jugar fuerte para mantener el orden. Conoce al dedillo todas las críticas que recibió en la prensa mundial (las más despiadadas fueron contra los fusilamientos inclementes, los encarcelamientos masivos y las medidas radicales), y está al tanto del acoso cada vez mayor de los grupos de derechos humanos. No se llama a engaño, sabe que aunque sus homólogos siempre le pasan la mano y miran para el otro lado, esta vez van a ser inevitables las quejas. Intenta adivinar de donde pueden venir los más duros reproches y sopesa las cartas que juegan a su favor... Después de meditar un rato con la vista perdida en la inmensidad del mar, comienza a sentir un vago alivio que le hace recuperar la esperanza. En realidad, todo lo tiene bien amarrado, sabe de la pata que cojea cada uno y lo que no están dispuestos a arriesgar. Además, conoce muy bien su negocio -mejor que ninguno- y la calaña de los políticos. En el fondo, siempre se ha compadecido por todos esos mamarrachos que se consuelan con el poder por tan poco tiempo, a expensas de tener que vivir dando explicaciones de todo lo que hacen... ¡Pobres diablos!. Respira profundo, y confía en su instinto de perro viejo para salir a flote. De todas formas, no baja la guardia -mira lo que le pasó a Pinochet por chochear-, y se mantiene alerta para responder a cualquier actitud impertinente.

La Cumbre transcurrió en la playa de Copacabana (Río de Janeiro), como estaba prevista. La prensa resaltó que Fidel Castro había vuelto a demostrar su carisma, concentrando todas las miradas de los presentes. Tampoco defraudó a los periodistas, con los que charló distendidamente: había sido un evento muy cordial, según dijo, y nombró al presidente Aznar su mas fiel colaborador para garantizar el éxito de la Cumbre de La Habana (en referencia a los remordimientos democráticos de algunos presidentes que han amenazado con no asistir al evento). El presidente español le prometió seguir trabajando y su ministro de Exteriores enfatizó que era importante no romper el diálogo para poder avanzar (no aclaró si en los derechos humanos o en las inversiones en Cuba). Ningún presidente comentó la última condena de la ONU por la violación de los derechos humanos, ni la suspensión de la visita de los Reyes de España, ni la menor alusión a la desfachatez que significa celebrar una Cumbre de países democráticos en La Habana después del incremento de la represión y los atropellos durante el presente año... En gratitud a tanta amabilidad, el viejo dictador tuvo la deferencia de excusarse para ir al baño cuando tocó hacerse la foto de familia con los jefes de gobiernos democráticos. Todo un detalle de cortesía, que muchos presidentes supieron agradecer en silencio.

Con esta emotiva escena cae el telón. A medida que se encienden las luces, una carcajada sonora, grotesca, intercontinental y democrática estremece todo el teatro, traspasa sus paredes y atraviesa las fronteras, para llegar con espantosa claridad a todos los que se pudren desde hace años sin poder escapar a nado... El gran público aplaude frenéticamente mientras unos pocos, aterrados por la ovación, abandonan la sala en silencio.

Juan José Ferro de Haz.












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