JUAN JOSÉ FERRO DE HAZ
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05/1999

DEPORTE, RUMBA Y DEMAGOGIA



Después de insistentes negociaciones durante tres años, el presidente de los Orioles de Baltimore, Peter Angelos, logró conseguir el permiso del gobierno americano para celebrar un encuentro bilateral de béisbol entre el equipo profesional que dirige -uno de los 30 de las grandes ligas de EE UU-, y la selección nacional cubana. Una vez dado el visto bueno, el tropiezo fue entre ambos gobiernos. Mientras EE UU proponía que el dinero generado por los partidos fuera donado a la isla para distribuirlo a través de las organizaciones caritativas religiosas, la afilada demagogia del gobierno cubano comenzaba a culebrear proponiendo que la recaudación fuera destinada a las víctimas del huracán Mitch (un conmovedor gesto de bondad para un gobierno que vive de la caridad internacional). Al final todo se arregló acordando destinar el dinero al apoyo del béisbol en los dos países, una causa deportiva muy noble sino fuera porque lo que a Cuba corresponde pasa deportivamente a la caridad del gobierno.

Como cualquier acontecimiento que involucre a EE UU y Cuba, la noticia vino acompañada del morbo y amarillismo que suelen exudar los diarios en tales ocasiones. Era el enfrentamiento entre David y Goliat, representando cada uno a países enemigos y concepciones diferentes del deporte. Toda esta palabrería se reduce al enfrentamiento entre un equipo con mucho más presupuesto que otro: 353.000 millones de pesetas el de los Orioles y 12.246 millones de pesetas el cubano -casi 30 veces inferior-. Pero más allá de la apariencia de las estadísticas, esto no dice nada de la calidad de los jugadores cubanos y sí de su condición de esclavos, que no pueden aspirar a jugar para otro club que les pague mejor, sin tener que abandonar el país y ser considerados traidores a la patria. Esa es la única diferencia entre los peloteros de ambos equipos, ya que de tener libertad los jugadores cubanos, muchos estarían fichados por equipos americanos de mucha más calidad y presupuesto que los Orioles -uno de los peores de las grandes ligas-, y mejor pagados que sus jugadores. Son de sobra conocidos los ejemplos de peloteros cubanos que han salido de Cuba, y hoy son estrellas del béisbol profesional americano.

Por otra parte, con la iniciativa que rompía el virtual bloqueo, se desempolvaron los eslóganes más socorridos para cacarear que el enfrentamiento deportivo suavizaría la guerra fría entre ambos gobiernos, y que por encima de la política se propiciaba el acercamiento entre ambos pueblos. Una frase tan fraternal, pegajosa y manida como abstracta, irreal y manipuladora. El acercamiento a otro país o cultura es cosa de las personas (nunca de los pueblos que es el término colectivista por excelencia para anular la autonomía del individuo), y se realiza a través de la libertad para viajar y conocerlo, o la libertad para leer e instruirse sobre el mismo; ambas libertades desterradas en Cuba desde hace demasiado tiempo. Para vendernos completo el melón de la solidaridad de los pueblos, tras finalizar el partido en La Habana, 80 músicos cubanos y norteamericanos de primera ofrecerían un gran concierto en el Carlos Marx. Un mes más tarde, tendría lugar el segundo choque en suelo americano.

El primer encuentro se celebró el 28 de Marzo, y contó con la asistencia de 400 periodistas de EE UU que viajaron a la isla para dar cobertura del mismo. Como era de esperar, todo el montaje fue preparado con minuciosidad, y a diferencia de cualquier partido que se celebra diariamente en el parque capitalino, en esta ocasión las entradas para los 55 000 cubanos que llenan el estadio fueron distribuidas a través de las organizaciones de masas revolucionarias. Esto generó críticas entre los concurrentes habituales al parque y a este deporte que, siendo los más aficionados al mismo, no estaban incluidos entre el pueblo que se pretendía beneficiar con la iniciativa. De eso pocos se enteraron y menos aún se habló. Lo que recogían las imágenes era un estadio lleno de gente con vallas que pregonaban que el deporte es un derecho del pueblo (todo muy gráfico para evitar suspicacias o sospechas malévolas). También fue recogida por los 400 periodistas americanos la ovación estruendosa de las focas amaestradas cuando el Comandante hizo su entrada triunfal en el estadio y realizó el saludo de cortesía a los dos equipos contrincantes. Después se sucedieron los gritos del coro aclamando al líder: Fidel, Fidel..., tal como manda el guión del teatro bufo en el acto de la ceremonia de pleitesía -se trata de representar al pueblo cubano encarnado en la multitud del estadio expresando su adhesión fervorosa al Comandante-. Esto, a la par que enmascara la realidad, causa bastante confusión, incertidumbre y opiniones muy variadas entre toda la población que contempla el circo por la TV (y que no suele estar al tanto de todo el montaje). Una vez terminado lo serio comenzó el juego (o quizás sea más exacto leerlo a la inversa)... El partido terminó con victoria de los Orioles por tres carreras a dos, pero eso fue lo de menos.

La fiesta continuó por la noche en el teatro de La Habana, con el concierto anunciado a dos bandas entre músicos cubanos y norteamericanos. Según cuenta la crónica del acontecimiento, fue un espectáculo híbrido y de fusión musical absoluta: rap y salsa, country y son, blues y trova, rock y rumba y tambores batá... Por la parte americana, asistieron estrellas de reconocida calidad, entre los que se contaban Peter Frampton, Woody Harrelson, Ry Cooder o Bonnie Raitt. La velada se inició con la canción de Simon y Garfunkel "Puente sobre aguas turbulentas", interpretada por un coro gigante de 86 músicos de ambos países. Hasta ahí todo bien. Pero como siempre sucede en Cuba, no es concebible ningún espectáculo musical -ni de otra índole-, sino se respira el tufo de la ponzoña política. A Michael Franti, uno de los presentadores de la gala, se le quebró la voz cuando emocionado exclamó: "Y si tengo problemas en mi país por decir esto no me importa: “Stop the bloqueo". Una lástima que un grito tan conmovedor no fuera para pedir la libertad del "Grupo de los Cuatro", condenado injustamente hacía menos de quince días y que provocó una repulsa general en todo el mundo. Ésta es la actitud más frecuente entre los artistas o personalidades que visitan la isla. Por lo demás, es obvio que este músico no tiene la menor idea de lo que es tener problemas por decir algo. Otras estrellas americanas, hicieron votos porque la música y la cultura tendieran puentes de amistad entre ambos países... Todo muy poético y patético en nombre de la hermandad de los pueblos.

El partido de vuelta fue fijado para el 3 de Mayo y tuvo como asesor especial de los entrenamientos al propio Comandante en Jefe, que durante tres semanas asistió a los mismos para elevar el ánimo de sus pupilos (un lujo que no se puede permitir el presidente de cualquier país con más problemas por los que preocuparse). La revancha se enfocó como un asunto de Estado y una batalla revolucionaria más. La misión patriótica: vencer al enemigo en su propio terreno. Así despidió al equipo cubano al pie de la escalerilla del avión, que fue acompañado por una delegación de 300 personas para animar a la selección nacional durante el encuentro y evitar que nadie se quedara dormido en el hotel a la hora de regresar a casa. Esto que parece sacado de una novela de Kafka, es así de real y ninguna persona normal podrá jamás entender que un gobierno movilice tantos medios y esfuerzos (ya sea para llenar un estadio o para evitar la deserción de jugadores en un equipo), con el único fin de mantener la apariencia de un sistema tan falaz como absurdo y represivo.

Todo el empeño del Comandante valió la pena y el equipo cubano se desquitó de la derrota anterior, venciendo a los Orioles con abultado marcador de doce carreras por seis (más de un cronista pudo bautizar su columna con el epígrafe: "David humilló a Goliat"). La jugada espectacular del partido corrió a cargo del árbitro cubano César Valdés que, al ver que un exiliado se dirigía al centro del terreno con una pancarta contra el régimen, le salió al paso y lo levantó por las piernas para arrojarlo contra el césped. Afortunadamente se lo quitaron a tiempo de los colmillos y la policía estadounidense se encargó de sacar del terreno al maltrecho protestante. Fue una demostración de lo que se puede lograr con un buen adiestramiento para convertir a cualquier chucho belicoso en un mastín de pelea (primero se le azuza con un pedazo de goma para que aprenda a morder y fortalezca la mandíbula, y después se le cambia la goma por la pantorrilla de un disidente o de quien no piense como él). El resto, lo hace el adoctrinamiento y el odio en dosis sistemáticas.

Con la victoria en EE UU, todo salió a pedir de boca: el circo y la arenga estaban garantizados para celebrar el regreso de los deportistas con la misión cumplida. Se montó la carpa en La Habana y los peloteros fueron recibidos en el aeropuerto por Fidel, que felicitó personalmente a cada uno y se hizo fotos con el equipo. Una decena de jeeps descapotables transportó a los héroes de Baltimore hasta la Universidad de la Habana en medio de la algarabía de una multitud que acudió a saludarlos. En el recinto universitario y bajo un sol de justicia, todo estaba preparado para un gran acto de masas donde el Comandante pronunció un discurso de más de dos horas. Hizo un análisis técnico del juego, habló de la superioridad del deporte socialista, de los jugadores que no se venden y tuvo palabras de elogio para la raza del árbitro cubano. No mencionó que un técnico del equipo pidió asilo político en la comisaría de Baltimore, ni que otros cinco integrantes de la delegación perdieron el avión que los traía de regreso. Nada nuevo de lo que siempre sucede. Por lo demás, fue otro discurso largo y viejo, aburrido e interminable... Otro remake de una película sepia, vista ya infinidad de veces.


Juan José Ferro de Haz.
Publicado en la Revista Hispano Cubana, nº 5, 1999.




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