JUAN JOSÉ FERRO DE HAZ
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01/1999

EL REY DE LA IMPUNIDAD



El 21 de Enero se cumplió un año de la visita del Papa a Cuba. Por esas fechas, se anunciaba a bombo y platillo que sería el acontecimiento más importante del final de siglo y la expectación alcanzó su clímax. Un ejército de periodistas de todos los rincones del planeta no se quisieron perder la ocasión y enfilaron para La Habana con sus bártulos. Los empresarios no se quedaron atrás e hicieron lo mismo; el propio comandante recibió a algunos en el aeropuerto. Personalidades importantes del mundo de la cultura confirmaron su asistencia, y el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez lo sentenció con una frase: "Es un choque de trenes que nadie se quiere perder". Sin lugar a dudas, el suceso reunía todos los ingredientes del mejor culebrón; tampoco se desconocía que la noticia y el filón estaban garantizados. La mayor incógnita era ver al Santo Padre dirigirse por vez primera a un pueblo que, doblegado y amordazado durante treinta y nueve años no conoce a otro orador. ¿Cómo alentaría a esa gente resignada? ¿Qué les diría en presencia de su verdugo? ¿Qué palabras emplearía para cantar las verdades delante del tirano sin ser descortés con el amable anfitrión? ¿Se echaría el pueblo a la calle en semejante estado de efervescencia? Con el buen prestigio del Papa ante las dictaduras comunistas se especuló mucho y las apuestas se dispararon: unos hablaron del fin del comunismo en América, otros del inicio de la transición democrática, incluso no faltó quién hablara de que la conversión de la fe era un misterio, y el déspota era un mortal más. Si en algo todos coincidían, era en apostar por la diplomacia vaticana y la política de "mano blanda" para que el régimen mostrara su voluntad de apertura.

El espectáculo cumplió con creces su cometido y los medios de comunicación hicieron su Agosto. En España, los periódicos se atiborraron de información, y el triunvirato de Dios, el Papa y Fidel, con el drama cubano de fondo dieron mucho juego a periodistas y escritores para hacer crónicas chispeantes y artículos de todo tipo. Se hablaba de esperanza y reconciliación, bloqueo y desbloqueo, milagros, espíritus y santeros, balseras de cupido y jineteras folclóricas, pobreza y surrealismo, metafísica y dialéctica de los dos colosos de la escena que pugnaban entre sí. Los reportajes también fueron extensos: emotivos reencuentros en el aeropuerto entre exiliados y familiares, los recorridos más difíciles de Juan Pablo II por el mundo, y hasta de las verdades y mentiras sobre la colonización española (a raíz del mitin con que el comandante recibió a su invitado). En la TV sucedió lo mismo, y fue emocionante -al menos para los que hasta ayer vivimos allí- ver la Plaza de la Revolución abarrotada de gente escuchando un discurso diferente al de siempre, contemplar a una multitud desbordada en aplausos ante la menor alusión a la libertad, y que por efímeros momentos de gloria pudo desahogar su garganta y corear esta palabra u otras similares. Posiblemente fue lo mejor del evento. Durante toda la semana en que transcurrió la visita se respiró una atmósfera de emancipación y esperanza. Al finalizar la misma, quedó esta bella ilusión en el recuerdo, así como la creencia de que la semilla había sido sembrada.

Un simple repaso de lo acontecido desde la fecha pone en evidencia la miseria de los resultados reales. De esto nadie habla en la actualidad, y el silencio existente contrasta con la hemorragia de buenos augurios que se vaticinaron para Cuba. ¿Ha cambiado algo en la isla? ¿Se ha movido un milímetro hacia algún tipo de apertura? ¿Alguien duda a estas alturas de que fue la mejor beatificación que recibió Fidel Castro para aplomar su decrépita y aborrecible tiranía? Las divinas palabras del Papa nunca fueron tan oportunas: "que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba" se convirtió en eslogan de moda de la prensa y fue repetido por papagayos de toda laya. Fue además el mejor abracadabra a los pocos escrúpulos, barreras o reticencias existentes. A partir de entonces, comenzó un desfile de políticos españoles por la isla que fueron recibidos con deferencia por el dictador. Éste no escatimó adulaciones hacia el Rey -que se incrementaron en el transcurso del año-, expresando su deseo de que visitara Cuba. El nombramiento del embajador español no se hizo esperar, y fueron normalizadas unas relaciones cuya única anormalidad fue la negación del plácet del que fuera nombrado en 1996 (una eficaz advertencia). La avalancha de políticos continuó durante todo el año, y a los que se expresaron a favor de reformas (y condenando el bloqueo, que no puede faltar), el sátrapa les dio dos palmaditas en la espalda por tener aprendida la lección y los invitó a hablar de negocios. A los más comprometidos en sus funciones, les ha obsequiado con un manojo de presos políticos (producto nacional de excelente cosecha y mucho prestigio en la actualidad), para que justifiquen su labor y mitiguen los remordimientos. En otro orden, en el mes de Abril se suspendió por primera vez la condena de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, a cuyo relator especial nunca se le ha permitido entrar a la isla. En la reciente Cumbre Iberoamericana de Oporto, se representó la bufonada habitual y el invicto tirano volvió a comprometerse con la democracia y los derechos humanos. Esta cumbre sucedía el mismo día que el mundo se desayunaba con el arresto de Pinochet por Scoland Yard. Así, la prensa mundial mostraba a un ex dictador detenido por todos sus crímenes y abusos, mientras el plusmarquista de los dictadores recibía la gracia de 22 jefes de Estado elegidos democráticamente. En la citada cumbre, se reafirmó además que el próximo año se celebraría en La Habana. ¿Es posible tanta desfachatez? Que los presidentes democráticos de Iberoamérica puedan celebrar una cumbre en Cuba, en el país que soporta la dictadura mas antigua del continente, festejando en las narices de sus únicas víctimas los cuarenta años de sufrimiento, muerte, presidio político, exilio, poder absoluto y falta de libertades. ¿Merecen estima alguno de estos presidentes democráticos cuando hablan de su compromiso con la libertad y los derechos humanos? ¿Muestran respeto por el pueblo cubano, tan mencionado en sus discursos? ¿Existe mejor aval democrático para una dictadura? Como último regalo antes de finalizar el año, en Noviembre el gobierno español respondía a la petición del dictador, anunciando que los Reyes visitarían la isla en la primavera de 1999.

El presente año se inició con los fastos por el 40º aniversario de la revolución, que fueron bendecidos por dos invitados de lujo: los Premio Nóbel de Literatura, Gabriel García Márquez y José Saramago. Ambos celebraron al dictador y a un sistema que de haberlo sufrido, jamás les habría permitido no ya alcanzar la talla literaria que ostentan, sino simplemente expresarse con libertad y leer los libros o la prensa que les apeteciera (por sólo mencionar algo de lo que son defensores). Por demás, algunos de los elogios expresados por Saramago merecen un monumento a la incoherencia. Si bien resulta difícil concebir éste bochornoso respaldo, explica al mismo tiempo la inmensa desinformación y manipulación que sufre la realidad cubana: si dos personas de prestigio internacional, que se supone sean honestas, ilustradas e informadas actúan de esta forma, ¿qué se les puede pedir al resto de los mortales? ¿Cómo puede el mundo comprender y sensibilizarse con la sórdida existencia que soporta el pueblo cubano? Incluso para los que arrastran el atroz infortunio y llevan cuatro décadas inhalando mentiras tan refinadas como minuciosas -donde todos los males que padecen son por culpa del imperialismo-. ¿Cómo pueden entender las razones de su desventura, cuando otros que conocen el mundo alaban al régimen? Se suma a la incomprensión del mundo, mucho de lo que escriben sobre Cuba los que la visitan, donde la realidad es comentada hasta la saciedad -con todo tipo de chismes, tópicos, exotismos y conjeturas futuristas-, pero rara vez comprendida y mucho menos padecida. Conspiran también a esta aviesa campaña todos los músicos y artistas que representan a Cuba en el extranjero -ahora hay muchos promocionándose por el mundo-, que en sus declaraciones a los medios de comunicación, evitan hablar de temas que los comprometan o los abordan de forma ambigua -con auténtico virtuosismo- para no criticar al gobierno: en ello les va poder seguir saliendo y mantener los privilegios que gozan (la otra opción es abandonar el país, separarse de la familia y perder sus bienes). El silencio y el miedo es comprensible y también humano (algunos son artistas de talento reconocido fuera de Cuba); pero por eso no dejan de ser rehenes del gobierno, publicistas de su demagogia e importantes valedores de la desinformación que existe.

A ésta siniestra conjura hay que agregar que si Fidel Castro contó durante 30 años con la subvención y el respaldo de un bloque comunista afortunadamente extinguido, en la última década ha sabido vivir con el amparo tácito y el subsidio del mundo democrático (también para mayor paradoja con los dólares remitidos desde el exilio a los familiares de Cuba). A diferencia de otros dictadores ya desaparecidos, es meritorio reconocer en su currículum una versatilidad impresionante, tan camaleónica como grotesca. Así lo mismo es el atento anfitrión del Papa cuando le conviene utilizarlo, ofreciéndole migajas de libertad a la iglesia (para mayor afinidad declara que nunca le ha gustado el aborto); como también el que ha declarado una persecución religiosa, extirpado la libertad de culto y la enseñanza católica de las escuelas -sin esperanzas de que se reanude después de la visita-. Es el gurú de la izquierda, de las revoluciones y de la lucha eterna contra el capitalismo y los EE UU; y simultáneamente es el magnate capitalista que vende la isla a pedazos a los empresarios de todo el mundo -excepto a los cubanos-, y con alarde de cinismo declara es el mejor lugar para invertir porque no hay riesgo de revoluciones. Es el mediador de crisis y procesos de paz entre los Jefes de Estado latinoamericano y los cachorros terroristas de la izquierda que lo tienen por ídolo; asimismo es quién ha adiestrado a muchos en ésta fauna, y alberga en Cuba a todos cuando lo necesitan. Es el que lanza furibundos ataques contra el genocidio del colonialismo español y anuncia construir museos a sus víctimas; y es el mismo que se desangra en lisonjas hacia el Rey de España. Es el tirano de expresión grave y dedo en alto que arenga a su pueblo con discursos apocalípticos y despide los mismos con el necrófilo grito de "Patria o Muerte"; e igualmente sabe desdoblarse en el presidente que chorrea simpatía y un carisma insoportable para periodista y foráneos. Es el comandante de una revolución inexplicablemente idolatrada; el amo de once millones de esclavos; el proxeneta del burdel más suntuoso del Caribe; el que ha mandado al exilio a dos millones de cubanos, separando a infinidad de madres e hijos; el socio comercial de todos los empresarios que invierten en la isla con su aprobación; la vedette de los espectáculos internacionales en que participa (agasajado por la prensa que lo venera); y él que sabe hipnotizar a unos, comprar el silencio de otros y hacerse imprescindible a muchos en las tramoyas del poder, aunque cambien las épocas, los actores y los gobiernos.

Estados Unidos ha anunciado recientemente nuevas medidas para flexibilizar el embargo, aumentar la ayuda humanitaria y los envíos de dólares a las familias cubanas. Como era de esperar, el gobierno cubano las ha descalificado asegurando que es un recurso publicitario para enmascarar nuevos ataques a la isla. Sin duda, serán muchos los que le den la razón y califiquen estas medidas de insuficientes. Resulta ocioso comentar que el embargo nunca ha sido el problema y sí la absoluta ineficacia de un régimen que jamás funcionó, no ha permitido ninguna forma de mercado libre, vivió subsidiado, y actualmente sobrevive cancelando deudas, pidiendo créditos y negociando con empresarios que le pagan al tirano miles de dólares al año por empleado, mientras éste le escupe a su siervo la calderilla de unos miserables pesos cubanos al mes. Los que cacarean interminablemente contra el injusto embargo, nunca se acuerdan de mencionar que es Estados Unidos, con la aprobación de su gobierno, uno de los países que más aporta en ayuda humanitaria destinada a la isla. Independiente a la decisión de Washington de no negociar con un régimen, Cuba es libre y está abierta -de piernas y nunca mejor dicho- a todos los países del mundo que quieran tratar con Fidel Castro (no con empresas independientes ya que no hay infraestructura creada para ello). Y son muchos los que lo hacen, cuando la actitud moral de los gobiernos democráticos debería ser la contraria para no sostener ni hacerse cómplice de un aparato represivo (algo difícil de pedir a los empresarios, que sólo piensan en beneficios y es lícito que así sea). Que las democracias del mundo aún no sean consecuentes con éste ideal, no es motivo para imitar o predicar el mal ejemplo.

Es igualmente ridículo creer que el embargo le brinda la mejor excusa al dictador para mantenerse intacto en su singular paleocomunismo. A él siempre le sobraran las excusas e intentar complacer su insaciabilidad es un desatino. Desde el mismo comienzo de su reinado, y antes de que existiera el embargo, era un experto en excusas: ya fuera para aplazar unas elecciones que prometió y nunca sucedieron; para postergar la organización de unos partidos políticos que jamás volvieron a organizarse; para extirpar los periódicos independientes que existían (los últimos sobrevivientes fueron cerrados en Mayo del 1960); para convertirse en dueño absoluto de todas las propiedades de un país; para instaurar el acoso de las turbas a la disidencia o para sembrar el terror con los juicios, encarcelamientos y fusilamientos masivos -desde enero de 1959- (una ironía de la historia: todo esto sucedía, mientras iluminaba el camino de muchos en su justa lucha contra el imperialismo y las dictaduras de derecha -de ahí, el cariño nostálgico que sienten tantos en la actualidad hacia el tirano-). Resulta difícil ser objetivo cuando se critica a los fundamentalistas de Miami (falta poco para que los culpen de haber tenido que abandonar el país) y no se habla del fundamentalista mayor o se le mencione con eufemismos. (Hay que agradecerle a los fundamentalistas chilenos, al juez Garzón, a las organizaciones de derechos humanos y a la opinión pública que Pinochet esté arrestado y condenado por todo el mundo; y se pueda soñar con que todos los ejemplares de su aborrecible casta podrán ser juzgados en el futuro por un Tribunal Internacional).

Es una falacia acusar al embargo de aliado torpe e inconsciente del régimen y no querer ver la alianza consciente inmoral que le ofrecen todos los que le brindan su apoyo (incluidos los gobiernos con su pragmatismo político). Es también más repugnante, cuando los que apelan a este pretexto para promover aperturas y hablan de compromiso con el pueblo cubano, sacan jugosos beneficios de la trata de esclavos en confabulación con el amo. ¿Acaso no son estos empresarios de la carroña y sus promotores, los que más hacen por sostener el despreciable régimen? ¿Creen que son bien vistos por la inmensa mayoría de los cubanos, los de dentro y los de fuera? ¿Cuantos de ellos tendrán porvenir el día que exista una sociedad abierta al mercado, con competencia justa, sindicatos legítimos y sin los privilegios de que hoy gozan? No cabe duda de que el pueblo cubano necesita mucho apoyo, así como también de que existen métodos efectivos de brindárselo; pero le sobra toda la demagogia y la manipulación de que es víctima. Ya le ha tocado demasiado. La obscena complacencia que actualmente existe con Fidel Castro sólo sirve para confundir al mundo y legitimar su despotismo.

El Papa denunció el genocidio del embargo, pero no mencionó el genocidio real -no literario- de los miles de asesinatos cometidos en Cuba y denunciados por la Asociación Cubana Española desde junio de 1997 en la Audiencia Nacional de Madrid (actualmente está presentado un recurso de apelación por los abogados que representan a la Fundación de los Derechos Humanos en Cuba). Tampoco mencionó las violaciones sistemáticas de los más elementales derechos humanos ni la cifra incalculable de los que mueren en el mar intentando huir desesperadamente del anfitrión que le brindó tan cálido recibimiento (lo que no ha dejado de ocurrir ni nadie se inmuta porque ya son noticias habituales). Los resultados de la diplomacia vaticana están a la vista de todos. Mientras no se hable de forma clara, mientras no se condene lo que es condenable, mientras perdure el silencio cómplice y mientras se continúen asumiendo posturas tan ambiguas como interesadas, se seguirá representando una farsa interminable.

Desgraciadamente no se vislumbra nada nuevo. Además de la Cumbre Iberoamericana de La Habana -prevista para Octubre-, la próxima visita de los Reyes de España a la isla, será otra campaña de publicidad para Fidel Castro. ¿Qué duda cabe que se repetirá la misma comedia? Regresará la expectación y los periódicos se atiborrarán de información, y de chismes, y de buenos augurios para el futuro de Cuba. Las fachadas de La Habana se llenarán de pancartas de bienvenida y los voceros del régimen darán las orientaciones para movilizar a las masas en un recibimiento popular y revolucionario. Quizás un negro viejo y harapiento lo pregone desde cualquier esquina mientras vocea la prensa el día de la llegada: "No se lo pierdan señores, un Rey recibe a otro Rey... Léanlo en Granma".

¿Todavía alguien se atreverá a negarlo?


Juan José Ferro de Haz.





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